LOS SOBREVIVIENTES (1979)

Aproximación reflexiva a la crisis de valores de la Revolución cubana anticipada por T. G Alea

El realizador Tomas Gutiérrez Alea (Titón)

Justo cuando la revolución cubana cumplía sus primeros 20 años, Tomás Gutiérrez Alea (Titón) resuelve contar su versión particular de los hechos: la historia de la “noble estirpe” de los Orozco, autoexiliados en la mansión familiar para no ver jamás esa abominación que asecha afuera a la que llaman Comunismo.

La casta de noble linaje y ancestral abolengo se va extinguiendo en su propia jaula de oro (su isla). Cuatro generaciones herederas del más promisorio futuro perecen consumidas por la digestión de un monstruo rojo que se ha tragado su historia. Envejecen forzados a desaprender su esmerada educación y sucumbir ante la más atroz de las humillaciones: el trabajo. Mueren devorados los unos por los otros, dejándonos para el final la terrible interrogante: ¿serán acaso estos cadáveres «los sobrevivientes» del título?

Titón inaugura con Memorias del Subdesarrollo (1968) un diálogo tenso con un sistema que hizo de la censura la base de su política cultural. En Los sobrevivientes este rejuego de tensiones y cuestionamientos alcanza su punto más álgido, Alea alude a la Revolución, (sin llegar a mostrarla) como una suerte de Ángel Exterminador que aprisiona a sus personajes mientras el mundo tal cual lo conocemos se desmorona afuera.

De este modo la Revolución emerge dentro del relato, no como un contexto histórico, ni como un personaje referido, sino como la gran antagonista de la trama. Titón nos muestra una revolución que no es para todo el mundo, en la que es imposible vivir al margen, o la abrazas, o te devora: Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada[1].

En el interior de la mansión Orozco están representadas todas las clases que conforman la nacionalidad cubana, camuflados detrás de los nobles, de los poderosos, están los verdaderos protagonistas de la historia: el pueblo que sirve a la clase dominante. Simples empleados que juegan a pasar inadvertidos, pero que han amamantado con sus tetas negras los bebés de sangre azul.

Obreros, choferes, empleados domésticos, negros y blancos: criados todos, van cobrando importancia dentro de la historia, refugiados también junto con los nobles de la barbarie desconocida que reina en el exterior, comienzan a descreer de sus amos, comienzan a gestar su propia Revolución desde el interior de la casa.

Es entonces donde la película polemiza con más fuerza dentro de su contexto epocal, ya que estructuralmente comienza a esbozar una especie de relatoría de la historia de la humanidad, como una metáfora de los cambios que se gestan al interior de un sistema totalitario.

Mientras afuera florece el socialismo, en la mansión han decidido conservar para sí el capitalismo, que en ausencia de la posibilidad del mercado, va mutando gradualmente en un estado feudal, donde el diálogo entre las clases que lo componen comienza a friccionarse.

Transcurre afuera la historia real, la invasión de bahía de cochinos, la crisis de octubre, nada parece derrocar al comunismo, los criados cada vez peor alimentados y más incrédulos, comienzan a poner en crisis las relaciones de poder que los atan a los Orozco.

Titón nos propone profundas reflexiones sobre el carácter de un régimen en el que hasta hoy vivimos en la Isla. Representa con una profunda visión de futuro la decadencia y caída, primero de un sueño, luego de una economía y finalmente de todo un sistema de valores, que por supuesto dejaron de ser funcionales y operantes fuera del marco de lo que pudiera llamarse estrictamente una sociedad.

La historia continúa degenerando, del feudalismo al esclavismo, del esclavismo a la comunidad primitiva, e incluso más allá en el tiempo, hasta un punto de la historia donde todo rasgo de civilización o humanidad ha desaparecido  y solo ha quedado la supervivencia como alternativa: el canibalismo.

El humor es uno de los elementos más importantes dentro de la complejidad dramática de esta obra. Titón coloca la ironía en la voz de los “burgueses vencidos” la representa con cierta amargura, construye una corriente subterránea de sentido donde asocia el poder al deber, o incluso a la angustia inconsolable de la que padecen todos aquellos que contra su voluntad nos someten.

El sistema sobre el cual está sustentado el sarcasmo de Gutiérrez Alea opera a partir de jugarle una mala pasada al poder. La postura desde la cual ejerce la crítica con una libertad total, genera en los gendarmes de la censura una incomodidad en la que no son capaces de reconocerse.

La crítica abierta, la burla, la pregunta capciosa, siempre está en boca de un burgués, de un poderoso, a la que siempre se contrapone la visión opuesta de algún representante del estrato popular, al que en muchos casos le niega la capacidad reflexiva. De esta manera el poder patológicamente incapaz de reconocerse en estos personajes que ejercen desde el abolengo su mandato, obligados por constitución a colocarse la máscara del pueblo, no les queda más remedio que obviar cualquier posible alusión a su persona a través de estos señorones, siempre por demás negativos, que hacen valer su ley más allá de la ley, o de cualquier simulacro de democracia.

Sin embargo, algo cala más hondo en el espectador insular de esta película, una ironía trágica que ni siquiera el humor camufla, la relatoría del estatus particular de una nación, de una isla dentro de otra, de un archipiélago y su aislamiento al interior de la condición “autoimpuesta” de prisioneros de la libertad con la que cargamos todos, y ya no recordamos por qué.

Hace años que los Orozco, nos amenazan con el Ángel exterminador allá afuera, no hemos podido verlo, pero cada vez lo escuchamos más cerca. ¿Vendrán por nosotros Los Sobrevivientes?

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[1] Castro, Fidel. Palabras a los intelectuales. 30 de junio de 1961

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