FERRARI (2023)

Vivimos en un mundo donde el tipo que dirigió Mi Profesión: Ladrón, El Último de los Mohicanos, Fuego contra Fuego, Colateral o Vicio en Miami, quedó relegado a un segundo plano y que para filmar su nueva película (película que estrenó 8 años después del fracaso estrepitoso que fue Blackhat) tuvo que recurrir a cualquier inversionista que anduviera por ahí, deja un poco para pensar. Tanto por las nuevas formas de producción en las películas, como por una simple cuestión: si esto es lo que le ocurre a directores legendarios como Francis Ford Coppola, Brian De Palma o en este caso, Michael Mann, ¿Qué le queda al resto? La verdad es que es una pregunta que duele hacerse. Aun así, hoy podemos estar un poco felices de que un genio de gran calibre ha vuelto y más todavía con una gran película como lo es Ferrari.

Es 1957 y Enzo Ferrari (Adam Driver), mítico corredor de carreras italiano y creador de la más aún mítica marca de coches Ferrari, atraviesa un mal momento tanto a nivel empresarial como personal. Es ahí donde la película se divide en justamente esas dos partes -que funcionan muy bien de forma conjunta-: el drama detrás de la empresa Ferrari y el cómo ganar la “Mil Millas” -que va a ayudar a rehabilitar a la compañía- y la relación turbulenta que tiene Enzo con su esposa Laura (Penélope Cruz) debido a su relación con una mujer por fuera del matrimonio (Shailene Woodley).

Ferrari (2023)

Arrancando por lo básico, Ferrari es una gran película en varios sentidos cinematográficos. En cuanto a su historia, sabe a lo que va, es consistente y sobre todo, está excelentemente narrada. Demostrando que su director no ha perdido ni un poco de la calidad a la que nos acostumbró, siendo reflejado de varias formas. Desde los planos cerrados con su manejo de cámara característico, hasta la utilización del montaje paralelo en los momentos más importantes (Iglesia y Ópera, lugares donde lo sagrado convive con lo que define al protagonista). Ni mencionemos la habilidad que tiene Mann para filmar la acción, esta vez siendo retratada en una carrera final excelentemente manejada desde el punto de vista técnico y simbólico, lo que demuestra, una vez más que es el mejor director vivo en cuanto a filmar tiros, conversaciones por fax, peleas de box y ahora carreras de autos.

Pero aun con eso, que ya podría dejarnos satisfechos y nos permitiría declarar a Ferrari como una buena película, Mann va mucho más allá y decide construir un relato que, cuál si fuera un Rashomon, nos abre tres puntos de vista acerca de cómo mirar esta obra. Empezando por el primero, podemos verla como un biopic clásico. En un año donde tuvimos varios biopics -no tan conseguidos-, Mann entiende que además de entregar una representación de la vida de Enzo Ferrari, debe hacer que la gente lo entienda más allá de lo que se ve en la caracterización fílmica, es ahí donde entra su retrato. Mann filma a Ferrari no solo como el creador de la marca de coches más famosa del mundo, sino también como una figura trágica, un hombre que convive entre los fantasmas de las personas que lo formaron, tanto para su vida personal como para su imperio.

Ferrari (2023)

Siendo referido como Saturno en una parte de la película, irónicamente cuando trata de desligarse de eso terminará comportándose como el mítico dios de la cultura griega, que pudo reinar el cielo a cambio de devorar a sus hijos en su misión de no criarlos, lo que se representa desde esas dos vías narrativas que la película abre. Desde el lado más grotesco de lo empresarial, donde cada avance representa una consecuencia (probar un auto termina con la muerte de un piloto o ganar la “Mil Millas” termina causando esa escena), como en el lado personal, donde se tendrá que enfrentar al hecho de que ese hijo que tanto priorizó en ocultar, será el encargado del nuevo reinado. Reinado que podrá conocer entendiendo la tradición familiar representada en el lugar en el que transcurre su plano final, un cementerio. Tanto cementerio familiar para entender a la familia Ferrari, como cementerio empresarial de todos los cadáveres con los que se construyó la misma.

Este retrato de un hombre jugando a ser dios, que así como puede crear vida también puede destrozar todo a su paso, va relacionado con la segunda forma de ver la película: como una película de Michael Mann. Y cuando digo esto no me refiero sólo a prestarle más atención al nombre de los créditos o a sus ideas visuales, sino a que es otra gran tesis acerca de los personajes que este autor trató con anterioridad, siendo la más cercana, Ladrón. En aquella cinta, James Caan era un ladrón que vivía en una constante dualidad. Trabajo y familia, profesionalismo y sentimentalismo, sentimientos y realidad. Dualidades y temas que luego Mann exploraría más a fondo en sus siguientes films, esta vez estando más presente con el agregado de que este protagonista Manniano tendría un doble, uno que al inicio pensamos que es su opuesto, pero poco a poco entendemos que tienen más en común de lo que aparentan.

Ferrari (2023)

Se menciona a Ladrón como la más cercana a Ferrari debido a que en toda la película, Enzo no va a tener un doble al cual hacer frente, pero si estará dividido en dos todo el tiempo, ya sea simbólicamente o desde la composición de planos, irónico si tomamos en cuenta el mantra que dice su protagonista “Dos objetos no pueden ocupar el mismo punto en el espacio. En el mismo momento del tiempo.”. Enzo Ferrari es dos cosas, el hombre y la máquina, el hombre que comete errores con la máquina profesional en la que debe convertirse al trabajar. Enzo Ferrari está marcado por dos mujeres en su vida, la del matrimonio y la del que está fuera de este, el tradicionalismo de una familia con los secretos más oscuros de la misma. Y Enzo Ferrari tiene dos hijos, uno muerto y el otro vivo, uno como símbolo de ese hombre marcado por la tragedia y el otro como la representación de ese legado a heredar en algún futuro.

Todas estas -y más- ideas dualistas estarán acompañadas por los ya mencionados juegos de dobles a través de sus visuales. Por mencionar un ejemplo claro, la escena del cementerio inicial. Escena que además de ser simétrica si tomamos en cuenta la relación que ya mencionamos que tiene Enzo con sus hijos (las dos veces que pasamos por el cementerio es con cada uno de ellos y en dos estados diferentes), si no que también por cómo Mann filma el momento. Enzo yendo por una línea, posicionándose en cierto lugar, para luego darle espacio a su otra cara que es su esposa Laura, de paso la tumba de su hijo Dino tiene dos murales en su santuario.

Ferrari (2023)

Pero estas obsesiones Mannianas van mucho más allá y se relacionan de otra forma personal con su autor, haciendo que aparezca la tercera forma de ver la película, la cual es como una reivindicación del cine, sobre todo clásico. Para ahondar más en esto hay que aclarar que Michael Mann en su carrera ha producido dos grandes películas que toman de bandera la defensa de un autor frente a las grandes compañías, que son El Aviador y Contra lo Imposible. Películas donde a través de las profesiones móviles de sus protagonistas se nos daba una segunda historia relacionada con el cine y a la defensa de los valores de un cine clásico. Obviamente, esto siendo visto desde dos perspectivas diferentes como lo son la de los directores que las dirigieron, pero con Mann siendo productor (y casi director) de estos trabajos es un detalle a remarcar para hablar de lo siguiente.

La película arranca con una filmación en blanco y negro del pasado de Enzo Ferrari donde además de presentar los elementos básicos (su afición por los autos, la importancia de las carreras e incluso un accidente), esta misma termina con la cámara posicionándose sobre sus ojos declarando ya un punto de vista no solo narrativo sino temático. Tomando más en referencia a la obra maestra de Martin Scorsese que a la de James Mangold, Ferrari termina siendo, además del retrato de un genio atormentado, una exploración del autor en una cabeza recóndita. Donde los riesgos a fallar son varios, pero la defensa de lo propio y tradicional termina siendo más importante que cualquier negocio para generar plata. Es ahí donde también abre sus aristas a un aire más clásico.

Al igual que en aquel cine, la defensa de lo tradicional se ve en todo momento. Como lo son -lo eran- las ya citadas tradiciones en las que se fundó la empresa Ferrari, o el hecho de que el que al final gana las “Mil Millas” es el corredor más antiguo y que mejor entiende todo a diferencia de De Portago (personaje del cual su arco premonitorio le podríamos dedicar un párrafo entero). Pero también es un cine donde esa defensa también viene del lado de la mujer, en este caso de dos, las cuales tienen igual o más importancia que el mismo Ferrari. Con Laura siendo su faro profesional y la persona en la cual deposita la vida; y Lina siendo su faro moral y en el que como si de la misma estructura se tratase, tendrá que guiar a un nuevo marinero a través del mar del mundo de los autos. Y como detalle, no hay nada más declaratorio de estas intenciones que el género en el que se convierte la película en aquellos momentos sea casi un melodrama. Al final todo queda en familia.

Es cierto que la película no es perfecta, hay errores grosos que se pueden notar a simple vista y de los cuales podríamos charlar también. Desde su errático montaje inicial que no parece hecho por la misma persona que montó la (gran) carrera final, hasta la misma carrera final que tiene un cierre un poco apresurado -quizás por la mano de alguno de sus más de 30 productores-. Pero al final, viendo el resultado, uno lo deja pasar, no porque signifique la vuelta de un autor a sus raíces o porque uno se vea recompensado por sus escenas de entretenimiento. Sino porque más allá de eso, encontrar estas ideas bien presentadas, estas defensas bien argumentadas, y sobre todo, una biopic que te deje en claro quién verdaderamente fue el personaje retratado y vaya incluso más allá, no es algo que se vea todos los días. Así que sí, no estamos felices de que Michael Mann haya vuelto, estamos felices de que Michael Mann haya vuelto con una película de la Virgen María. A ver si no tarda casi 10 años en sacar la próxima.

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