CUATRO DEL FESTIVAL DE CINEMATECA

Terminó el festival número 37 de la Cinemateca y las salas estaban llenas en casi todas las funciones. La sensación fue la de asistir al inicio definitivo de una nueva etapa: una sinergia sin precedentes en la nueva Cinemateca. Que estén todas las salas en una única sede fue un factor decisivo para que ésta edición se destaque del resto, ya que todas las miradas y experiencias confluyeron en el mismo lugar físico. Asistí como jurado de ACCU esta vez, y lo que sigue debajo son cuatro películas de la sección Competencia de Largometrajes Internacionales que me llegaron al corazón, y espero que ustedes, lectores, puedan acceder a ellas eventualmente. Son películas que siendo prácticamente opuestas en estilo una de la otra igualmente consiguen dialogar entre sí. Pensándolo y diciéndolo a grandes rasgos creo que el hilo para conectarlas tiene que ver primero con la muerte en sí, como evento traumático e incomprensible, y después con qué lugar tiene la muerte en la sociedad donde ella aparece, y cómo los individuos lidian con las mismas. Hay varias películas del festival que tienen que ver con esto, como ser El hombre que sorprendió a todos (2018) y Aniara (2018), pero yo elegí otras por su capacidad de narrar la muerte, como temática, de manera concreta y humana.

Repertorio de ciudades perdidas (2019) consigue algo que no recuerdo haber visto ni sentido con tanta intensidad en una película: la figuración, y por ende su instauración física en el espectador, de la muerte como un ente incomprensible, amenazante e inminente. Creo que es una película que se emparenta más a El Sacrificio (1986) de Tarkovski que a Melancholia (2011) de Lars Von Trier (traigo éstas películas a colación porque trabajan la muerte también a través de inexplicables avenimientos concretos). A raíz del trágico accidente de un habitante en un pequeño pueblo en Québec, la población comienza un largo proceso de duelo. El problema es que la muerte de Simón Dubé no sólo es inesperada, ya que era un joven de veintipocos años que fallece en un accidente de auto, sino que las circunstancias y el devenir mismo del accidente son cuestiones confusas y dejan lugar a diversas interpretaciones. Entender el por qué de la muerte se torna difícil, y el suicidio no le parece una opción a nadie, ¿qué motivos tendría Simón para hacerlo? ¿Cómo no pudieron preverlo? Pero por otro lado, ¿cómo se explican las causas de un accidente tan inusual? Muchas preguntas van desgarrando a la familia y a los habitantes quienes se encuentran inhabilitados para comprender y procesar la muerte como el hecho azaroso que es, aparentemente casual, e irreversible. La película consigue manifestar físicamente la sensación que se apodera del pueblo a raíz de ese evento a través de la aparición de unas figuras desconocidas que generan una gran paranoia colectiva. Nadie sabe de dónde vienen, ni por qué están aquí, ni qué buscan. La sensación de amenaza ante lo desconocido se instaura, y frente a esas figuras la gente queda paralizada al no poder explicar su razón de ser. Simplemente están allí y no hay forma de librarse de ellas. Denis Coté juega con lo ominoso de modos similares a los de David Lynch o Roman Polanski pero de manera mucho más humana y contenida. El porqué de las figuras se entiende mucho más claramente, y está más arraigado a la diégesis y a la situación emocional de los personajes, que el de aquellas figuras que aparecen en las películas de Lynch. Esas personas que aparecen sin explicación alguna son la muerte en sí misma como hecho traumático imposible de absorber. La locura colectiva del pueblo y el peligro que sienten ante la presencia de lo desconocido no es más que una hipérbole de lo que sucede en los corazones de aquellos que han enfrentado a la muerte de alguna manera. La película se distancia del realismo para manifestar esa sensación físicamente, y trabajarla tanto narrativamente con la aparición de estas personas, pero también con la construcción de lo ominoso a través del sonido y la puesta en escena. ¿Cómo poner en palabras o imágenes lo que se siente al perder un ser querido? ¿Cómo procesa una sociedad la pérdida inesperada un integrante joven de la comunidad? Repertorio de ciudades perdidas explora estas preguntas y encarna el trauma en sus personajes.

So long, my son (2019) tiene varios puntos de contacto con Repertorio… pero genera una narración de largo aliento que se concentra en el dolor específico de los personajes principales y cómo logran sobrevivir a pesar del mismo, más que en la construcción física de ese dolor. Con un relato no lineal que hace grandes saltos temporales la película cuenta la vida de Yaojun y Liyun antes y después de perder a su único hijo Xinxing, en una represa cerca de la ciudad en donde vivían. Lo mágico de esta película, y la razón de su duración extensa, es que logra profundizar en el dolor de unos padres que perdieron a su niño, y que también perdieron la oportunidad de tener otro, a la vez que construye un contexto social que tiene directa relación e impacto con la historia de estos personajes: la China comunista de la segunda mitad del siglo XX. Comprendiendo a Yaojun y Liyun aprendemos algo de la historia de China, y viceversa. Entrelazar ambas cosas es tarea difícil y es lo que se le ha criticado hasta al hartazgo a la última Suspiria (2018), porque por lo general sucede que el contexto termina siendo una mampostería mal hecha y sin sustancia, un decorado que creyeron que debía estar ahí para darle sostén a la historia. No es el caso de So long, my son. Volviendo al punto inicial es decir el contacto entre ésta película con la canadiense, Wang Xiaoshuai piensa en la muerte sí pero no se detiene casi nada, a diferencia de Repertorio, en los primeros momentos de la pareja tratando de procesar la muerte de su único hijo como un hecho; sino que explora más el trabajo de aceptación y carga de la muerte a lo largo de los años en una sociedad con libertades restringidas. La estructura narrativa del film es la que es porque: no habría manera de contar esta historia acotando el relato a una menor cantidad de años ya que lo que importa es cómo se aprende a vivir con el dolor más que la aparición del mismo; por la intención de poder, efectivamente, hacer un comentario político-social acerca de la sociedad china; y por la tradición narrativa china, similiar a ciertas estructuras japonesas, a la que adhiere Xiaoshuai al igual que Jia Zhangké.  So long, my son es una película sensible y bien construida, y es hermoso cómo, si bien nos dan información, de a ratos explícita, en los diálogos y tal acerca de la situación de los personajes, el dolor lo conocemos a través de sus ojos, su fisicalidad y las palabras que utilizan, comparando el antes y el después de la muerte de Xinxing. Hay una frase que dice Yaojun, que resume bastante bien el film, que es algo así como: “Para nosotros el tiempo se frenó hace rato, ahora estamos esperando envejecer”. Concentrándose en cómo lo cotidiano carga con manifestaciones de grandes tormentas que se desatan dentro, So long… se interna en la tristeza y en el amor de una pareja y a la vez reflexiona acerca de cómo una sociedad totalitaria no sólo genera grandes y masivas tragedias sino que modifica, controla e interrumpe la vida privada de los individuos de diversas maneras. So long, my son es una película que te habla de las pequeñas historias, y no de la Historia y los grandes relatos, para dar un poco de luz al mundo.

Si de procesar traumas se trata I do not care if we go down in history as barbarians (2018) es un gran ejemplo. Primero hablamos de una película que se concentra en la construcción material de la no comprensión del hecho, es decir la encarnación del trauma, después de otra que acompaña el proceso de aceptar la muerte como hecho irreversible que cambió la vida, pero que de alguna manera u otra se continúa a pesar de él. Ahora pasamos a un film que mira la historia de su propio país con un ojo crítico, que revisa y cuestiona los símbolos patrióticos rumanos que esconden a la muerte perpetuada por el Estado. Radu Jude habla de la deportación y exterminio de la minoría judía rumana que se realizó bajo el comando dictatorial del mariscal Ion Antonescu durante la segunda guerra, a través de un meta-film (ya que, evidenciando la enunciación al inicio del mismo, Jude realiza un paralelismo entre lo que vive su personaje y lo que él mismo quiere plantear con su película) en el que una directora de teatro quiere realizar una performance tradicional, algo similar a lo que hacemos acá con el natalicio de Artigas, bastante diferente a lo que se suele hacer. Generalmente, en esa fecha, en Rumania rinden homenaje a los soldados que lucharon por la patria y Mariana Marin en vez quiere hablar de que hubo un holocausto judío rumano por más de que no se quiera reconocer ya que hay hechos que lo confirman. Marin debe lidiar con una censura atroz y, después de vencer esa batalla, enfrentarse con una recepción fallida por parte del público. La muerte de los soldados rumanos no se vive igual que la muerte de los judíos. ¿Cuándo es que empieza a valer más el símbolo patriótico que la vida de una persona? Lo que sucede cuando Marin consigue realizar la performance que quería, que consiste en mostrar cómo los soldados meten a los judíos en una barraca y los prenden fuego, es que la gente aplaude. La sensación es confusa y no queda claro si la gente comprende realmente lo que está viendo, pero parece como si vieran allí simplemente el éxito de Rumania y no el terror de la muerte. Y no es porque la población rumana sea explícita y fervientemente antisemita, sino que el valor de la patria, y el relato de la historia, está tan metido en la cabeza de la gente que no reaccionan ante el horror que están contemplando como si estuviesen adormecidos (que es igual o peor que odiar con fervor). La muerte condenable es relativa, y eso asusta. Lo interesante del film de Jude no es sólo su temática y su forma de expresarla, sino el trabajo que hace con lo meta-discursivo, que mencionaba antes, que se retoma al final de la película. La performance de Marin está filmada televisivamente, tanto que de a ratos a mi me daba la sensación de estar viendo la ceremonia de apertura de las Olimpiadas por Montecarlo o algo así. El límite entre realidad y ficción se difumina lo cual es muy efectivo para hablar sobre una cuestión tan social y pertinente. Además utilizar semejante recurso interpela más específicamente a los medios de comunicación como una parte importante en el juego de construcción simbólica de la patria, y Jude está tan jugado como Marin en lo que a eso respecta.  

En otras latitudes, diferentes en todo sentido, se encuentra Fourteen (2019) de Dan Sallitt. Es de esas películas “poco vistosas” que utilizan los mínimos recursos para vehiculizar una historia mínima, es decir un caso paradigmático de mumblecore. Al salir de la sala discutimos con los otros colegas del jurado el hecho que Fourteen en sí no propone nada nuevo estilísticamente ni estructuralmente. Lo que tiene que ver con lo formal ya se ha visto. Pero creo que es gracias a esa forma tan humana y simple, ya digerida por el espectador conocedor del género y de fácil acceso para aquel que no conoce, que la película logra hablar de la depresión desde un lugar refrescante y sensible. Lo cotidiano del mumblecore y su estado de contención constante permite enmarcar a la depresión como algo del día a día. La dimensiona en la vida normal y la hace más comprensible al retratar lo compleja, amplia e inexplicable pero a la vez real, común, cotidiana y concreta que es tanto para aquellos que la padecen como para los que los acompañan en la vida. No hay mucho más para decir de Fourteen además de que habla de la amistad y sus límites, de la frustración y las expectativas, y que consigue crear un vínculo entre dos amigas sólido y emotivo, para contarnos lo trágico de la vida de Jo, una de ellas, desde un lugar poco espectacular, asumiendo esa tragicidad en la normalidad. Para mí Fourteen desmitifica y desromantiza tanto la depresión como el suicidio, lo cual es una perspectiva consciente acerca de cómo lidiar con la muerte en circunstancias más bajadas a tierra. El suicidio no es algo tan lejano como parece, lamentablemente, y menos en éste país: romantizarlo no ayuda para nada. Así que gracias Fourteen por eso. 

Siento que dejé un pulmón (por leer tantas veces esto en voz alta), el corazón y bastantes neuronas acá, pero creo que hablar de estas cuatro películas es una manera de dejar manifiesta una porción de lo que fue el Festival. La Cinemateca nos alcanza partes del mundo, visiones y, lo más importante, sensibilidades. Las películas nos conectan no sólo porque nos hacen pensar sino porque nos hacen sentir y pensar a raíz de eso. Será cursi pero yo creo que un Festival como éste nos une, nos mantiene atentos y sensibles: tres cosas que no podemos perder de vista en tiempos como los de hoy.

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