EL CINE DE LUIS PUGLIESE SÁNCHEZ (1921-1988)

La producción de cine uruguayo ha estado históricamente centrada en Montevideo. Sin embargo, desde sus comienzos, hubo excepciones en el interior del país. Una de ellas fue la de San José. En los años veinte, Juan Chabalgoity creó la San José Films y empezó a producir noticieros de actualidades locales. Hacia finales de esa década, con la llegada del sonido que exigía nuevas tecnologías, Chabalgoity dejó los noticieros, aunque siguió filmando y desarrollando sus conocimientos técnicos.

Influenciado por su figura, el joven maragato Luis Pugliese Sánchez se convirtió en su discípulo y, posteriormente, en uno de los más importantes realizadores de la zona. Nacido en 1921, hacia finales de los años cuarenta empezó a experimentar con diversos tipos de cámaras y películas, construyendo proyectores caseros y máquinas de revelado. De formación autodidacta, se vinculó desde muy temprano a la escena teatral y radiofónica de San José, escribiendo piezas y guiones para los radioteatros de la CW 47 y la CW 41. Por esa época, ayudó a Chabalgoity a reeditar sus noticieros, haciendo copias y actualizando algunos de los contenidos.

En 1952, filmó un documental sobre el Primer Cabildo Abierto Ruralista llevado a cabo ese año, al que le siguieron otros cuantos, cinco animaciones con marionetas y la escritura de unos cincuenta guiones cinematográficos. Por esa época, realizó una nueva edición de los noticieros de la San José Films, siempre con la colaboración de Chabalgoity, compuesta de cinco sesiones que se extendieron hasta 1954. También dirigió y produjo documentales sobre asuntos locales, como La virgen que sonrió a los estudiantes (1953), Hechos y no palabras (1954), Vamos a Kiyú (1958), Así es San José (1960), La peligrosa diarrea infantil (1965) o La sangre humana capta y fija imágenes (1969).

Pugliese también experimentó en la ficción, hacia 1960, con un caso de enorme atractivo. Ese año escribió, dirigió, filmó, montó y produjo El detector, uno de los primeros ejemplos de cine fantástico en Uruguay. Si bien había un antecedente hoy perdido, Urano viaja a la tierra (Daniel Spósito Pereira, 1950), El detector encabezó la lista de películas locales que huían del realismo naturalista y proponían puntos de fuga como formas estéticas alternativas.

El cine fantástico y de ciencia ficción empezaba a ser frecuente en salas uruguayas de la época, a través de películas hollywoodenses de claro matiz comercial, abocadas al entretenimiento del gran público, y de la profusión de revistas y cómics que promovían el género dentro del terreno literario. Ya en los años cincuenta, la aparición de relatos fantásticos en antologías y publicaciones periódicas locales colaboró con el empuje alcanzado por el género en Uruguay hacia principios de la siguiente década. A eso se sumaba la presencia de autores extranjeros de gran popularidad en los círculos de lectores, como Aldous Huxley, Isaac Asimov o Ray Bradbury. Además, los circuitos de realizadores estaban empezando a adentrarse en el cine experimental, en boga por aquellos años.

De hecho, durante los años sesenta se realizaron en el país varias películas fantásticas o de ciencia ficción, aunque la mayor parte de ellas no llegó a estrenarse o tuvo escasa circulación.* El género era costoso, implicaba la realización de efectos especiales, de buenos equipos para la fotografía y el montaje y, sobre todo, de un apoyo externo inexistente en el Uruguay de aquella época.

El detector fue el primer film realizado enteramente en el interior del país, ya que, como dije anteriormente, Pugliese Sánchez no solo se ocupaba de la filmación, sino también de todos los pasos de la posproducción. Había desarrollado una máquina de revelado casera que le permitió obtener la película en blanco y negro, a la cual agregó sonido posteriormente.

El detector cuenta la historia de dos marginados (Hugo Ruiz e Ismael Mascheroni) que, hurgando en la basura, encuentran un libro misterioso, portador de un poder fantástico con el cual conocer el presente y el futuro. Con ese poderío, son contratados como colaboradores por la policía para develar crímenes.  Sin embargo, cuando el protagonista se enamora de una joven (Celia Brancia), pierde la facultad y es impedido de detectar lo que ocurre, ya que “el amor agota el fluido mágico”. Sin su poder especial, es nuevamente rechazado por la sociedad y regresa junto a su amigo a la situación inicial.

La película se estrenó en la Sociedad Italiana de San José y fue un éxito de público: se proyectó en continuado durante semanas, con localidades agotadas. Con gran ingenio, escasos recursos y una importante carga de humor, El detector apelaba a la crítica social para denunciar la situación de las clases más desprotegidas y la imposibilidad de acceder a ciertos sectores, un tema que empezaba a estar en boga en esos años de convulsión social y política. De eso se hizo eco el cine documental (piénsese en las películas de Ugo Ulive, Mario Handler, Alberto Miller), la literatura (Mario Benedetti, Mauricio Rosencof, Carlos Maggi) y el arte performático de la época (Clemente Padín, Teresa Trujillo, Horacio Buscaglia). Asimismo, el cine de ficción también se plegó a los movimientos de denuncia sobre el contexto social y el debacle político.

En 1973, Pugliese Sánchez volvió a la ficción y rodó Los malnacidos, una especie de secuela de su película anterior, también protagonizada por Hugo Ruiz, con Ignacio Espino, Abel Soria y otros. Filmada a color, la historia se centra otra vez en dos malvivientes que se ven obligados a huir al medio rural. Confiados en la supuesta ingenuidad de la gente de campo, pretenden estafar a esas personas, pero descubren que la realidad es otra. Si bien la película se filmó en su totalidad, el golpe de Estado de ese año y la consecuente crisis política impidieron su realización y estreno.

Los últimos años de vida, Pugliese Sánchez se dedicó a la producción de contenidos publicitarios y animaciones, apoyando siempre la labor de realizadores locales más jóvenes (Daniel Bravo, Luis Díaz, Daniel Ríos, Homero Pugliese, Daniel Barreiro). Además, hizo una ingente labor en la conservación del archivo fílmico de la Cinemateca Uruguaya, reduciendo y copiando películas antiguas de nitrato a nuevos soportes. En 1987, un año antes de su muerte, le preguntaron en una entrevista qué iba a hacer con todos sus inventos y logros fílmicos: “Por ahora los dejo aquí ─contestó─, pues aún pueden servir para algo”.

*Por ejemplo: El niño de los lentes verdes (Eugenio Hintz, 1961), El ojo del extraño (Daniel Arijón, 1963, inconclusa), El libro de Juan (César Seoane, 1964, inconclusa) o Tal vez mañana (Omar Parada, 1966).   

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