TRES DÍAS EN EL FESTIVAL DE PUNTA DEL ESTE 2019 #1

Día 1 - 21 / 02 / 2019

Fotograma de la película Iluminación (1973) de Krzysztof Zanussi

Llegada. Calor infernal a las 17hs cuando me bajo del bondi en la terminal Maldonado. Me apuro hasta el Cantegril para retirar mi pase porque a las 18hs en el Life del shopping empieza Dogman (2018), de Matteo Garrone, la película que más ganas tengo de ver de todo el festival. Llego a la sala de prensa, pido mi acreditación y me dicen que “van a ver si está”. Por alguna razón (¿la barba, los championes hechos bola, la bermuda en similares condiciones, la flacura que al parecer se puso extrema?) suelo ser tratado como un delincuente o un indeseable. Me irrito y entonces contesto de mala gana. Está. Me entregan también programa y catálogo del festival. Salgo apurado al cine, transpirando como un cerdo. ¿Quién dijo que la crítica de cine no era un trabajo sacrificado? (Y esto es sólo el principio.)

Llego y me encuentro con Guillierme de Alencar Pintos (la diaria), Sergio Moreira (Aspen FM), Diego Faraone (Brecha), Emanuel Bremmerman (El Observador) y otros compañeros de la Asociación de Críticos del Uruguay (ACCU), algunos que no conocía. Entramos. La cosa no podría empezar mejor. Dogman es una película impresionante, trágica y dulce a la vez, con una actuación desgarradora, que conjuga (como si fuera posible) la impávida torpeza de Buster Keaton con la gélida expresividad del Corleone de Al Pacino. Comedia de costumbres italiana, cine de gangster y algún vestigio de la melancolía de Antonioni. Lo más interesante, creo, no radica en la supuesta denuncia a la lógica de matones de poca monta o en el desamparo de estas comunidades ante sus hostilidades o la tibieza institucional, con sus nefastas consecuencias sobre los individuos más vulnerables, sino en el tono, la ambientación desoladora y la sutil caracterización, sin subrayados ni explicaciones.

Dogman (2018) de Mateo Garrone

Sigo de largo en la misma sala del Life, ahora con una función retrospectiva de Krzysztof Zanussi que la presenta él mismo, homenajeado en esta edición del festival, a sus 80 años. Con la mirada tímida, siempre hacia el piso, se luce hablando un español sorprendente, pronunciado con algo de acento o alguna palabra italiana, y esa voz reflexiva, calma y profunda. La película: una copia hermosamente restaurada y digitalizada de Iluminación (1973), que es un joya. Propia de su época, dialoga con el Godard maoista y antecede al Resnais de Mi Tío de América (1980). Censurada en un fragmento de unos 9 minutos (que al parecer nunca se recuperaron) por el gobierno comunista polaco. Es una película existencialista y perpleja, con un montaje abrupto y exquisito, que busca a través de su personaje protagónico (y de la puesta en escena) las pruebas filosóficas, materiales, científicas o espirituales que ayuden a dar sentido a este devenir frenético y constante que es la vida. No hay respuestas porque la Verdad, plantea la película, esa «iluminación» -referida al principio de la película citando a San Agustín- puede ser sentida, experimentada, pero nunca comprendida. Es una película bellísima, profunda, que estampa en la cara de un espectador actual la pobreza del cine contemporáneo. 50 personas en la sala: nada mal. La misma copia parece estar completa en Youtube.

Salgo y ya es hora de entrar a la siguiente (nunca había visto tres películas tan seguidas): En Guerra (2018), de Stephane Brize, un drama sindical, que retrata la huelga y la lucha de un grupo de trabajadores dirigidos por un verborrágico y enfurecido Vincent Landon para lograr conservar sus trabajos y los de 1.100 compañeros en una multinacional que decide cerrar por dificultades de mercado. Una película muy hablada, centrada en mesas de discusión que se triangulan entre los trabajadores, distintos representantes locales de la multinacional y representantes del gobierno. Veo el mérito del guión y la puesta en la construcción de esos encuentros, en los diálogos, en esos planos/contraplanos enfrentados, pero creo la película se enmaraña un poco ahí, confundiendo el estancamiento de esas discusiones con un estancamiento narrativo. Su cadencia se ve afectada además por una ausencia total de contrapunto, limitada a unos pocos pasajes del protagonista leyendo unos papeles o hablando con la hija, algún plano general de la fábrica, que hacen de la película una especie de gran meseta bulliciosa. No me molesta la clara toma de partido que hace Brize a favor de los trabajadores, desamparados en todos los ámbitos por la lógica mezquina de la multinacional y del gobierno neoliberal, al contrario, pero me molesta la visión idealizada que tiene de todo el asunto y que termina de revelar su verdadera cara en los últimos cinco minutos, con un giro de guión simplista, idealizado y efectista.

Nos espera una camioneta afuera. Voy a cenar con los colegas y me dicen que averigüe porque el festival brinda hospedaje, transporte y comida a los críticos invitados. ¡No sabía! Pensaba quedarme en lo de mi amigo Jorgao, mecánico de cabecera en la zona (Top Garage), pero integrarme al resto del séquito crítico sin duda me queda más práctico. Igual no voy a resolver este asunto ahora: voy a comer y arranco caminando hasta el hospedaje previsto.

Llego y veo que era más lejos de lo que pensaba: 3,5km desde el lugar de la cena.

En Guerra (2018) de Stephane Brizé

 

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