MI SEMANA EN EL MONFIC

El anuncio de la vuelta del Festival Cinematográfico de Montevideo (MONFIC) fue algo que primero me agarró de sorpresa, debido al paro de cuatro años que tuvo a causa de la pandemia del Covid-19, que por un momento me hizo pensar que no se celebraría más. Y segundo, fue algo que personalmente me llenó de alegría. Aún me acuerdo de esa función nocturna un viernes 12 de octubre de 2018, donde vi en aquella edición del festival la película Malos Momentos en el Hotel Royale, siendo la primera función de un festival de cine a la que asistí en mi vida. Es un momento que atesoro bastante, al igual que la película, que a pesar de reconocer que es un “Tarantino Wanna Be”, aun así me sigue agradando mucho. Si encima sumamos el hecho de que esta edición 2023 contaría con una programación interesante, se dio lo que en el fútbol se llama un “golazo de media cancha”.

Una semana fue la cantidad de días en los que estuve habitando la ciudad de Montevideo para ir a este festival, y quince fue el número de películas vistas. Si tuviera que tratar de buscar alguna forma para definir al festival sería con la última película de Woody Allen, Rifkin’s Festival. No, eso no quiere decir que haya encontrado el amor, me haya puesto a reflexionar sobre mi vida o incluso que tuviera un encuentro con la muerte. Pero al momento de subirme al bus y volver a casa, pensando en todo lo que vi, sin lugar a dudas me llevé algo. Aún no sé qué es ni tampoco sabría definirlo claramente, pero sí puedo afirmar que es una sensación que solo un festival de cine te puede dejar, y espero describirla recorriendo mi camino festivalero.

Oldboy (2003) Dir. Park Chan-wook

Si tratar de entender una película como Oldboy es complicado (cosa que aun después de varios visionados, me cuesta todavía), más lo es entender todo lo que generó a 20 años de su estreno. A la par de otras películas surgidas en Corea del Sur como Memorias de Crímenes o Dos Hermanas, impulsó el cine coreano a un estatus de respeto y conocimiento totalmente globalizado. A la par que la carrera de su realizador Park Chan-wook, que después de algunos trabajos primerizos y otros más destacados como Área Común de Seguridad o Simpatía por el Señor Venganza, creó con esta no solo su más grande obra maestra, sino también la piedra angular de su filmografía. Tanto por estilo como por temática.

Temas que ya exploraría mucho más adelante en su filmografía (como la venganza o los vínculos familiares turbios) y con una madurez más que acentuada, los exploró y explotó por primera vez en esta reversión de la tragedia griega totalmente sacada y violenta. Una donde la última palabra reconocible es “Piedad” y donde un hombre que solo quiere volver a vivir en paz, va a tener que hacer todo lo contrario para conseguirlo. Mil y una ideas inagotables más, siendo acompañadas por imágenes icónicas que además de virar entre lo poético y lo visceral, también demuestran la habilidad cinematográfica (con todo lo que eso conlleva desde el lado visual, simétrico y simbólico) de un narrador nato como Park Chan-wook.

Retorcida, extrema, grotesca, impresionante, mágica, inesperada. Podría pasar toda la nota tirando adjetivos como una máscara forzada para tratar de evitar sentarme, mirar cara a cara a la pantalla y tratar de escribir alguna idea analizable presentada en Oldboy. Pero al final, creo que es un error mío tratar de vender esto como un análisis, ya que no lo es. Tómenlo más bien como la recomendación de un joven que les pide una cosa: vean esta película. Si ya la vieron, vuelvan a hacerlo. Si no la vieron, háganlo ahora. Y si está en cines, roben un banco si es la única forma de conseguir la entrada. Solo les pido eso. Siéntense, relájense y disfruten de la manera en la que Park entiende esa palabra, la historia del hombre que fue encerrado 15 años, huyó y lo pescaron.

Gol Gana (2023) Dir. Taika Waititi

Antes de iniciar, debo confesar rápidamente que las ganas por ver Gol Gana no eran muchas. Su director, Taika Waititi, siempre me ha parecido un tipo que se cree más gracioso de lo que en realidad es. A veces interpretando que lo estúpido es chistoso por defecto, o subrayando los chistes que se nos están contando, o porque de alguna extraña manera logra que una idea con un objetivo claro termine generando todo lo contrario (por ejemplo, su Adolf Hitler en Jojo Rabbit termina generando más vergüenza que gracia). Es por eso que al entrar a su nueva película fui esperando lo que más o menos podría obtener de un director de este tipo. Pero así como uno es humano y puede equivocarse, también uno como humano puede mejorar. Y si bien no creo que Waititi me haya dado una trompada de Ali, si puedo decir que en parte me cerró la boca.

Esto no quiere decir que su director no se salve de lo que siempre he pensado de él, de hecho lo sigue demostrando. Las ideas de dirección son prácticamente nulas, el subrayado de los chistes sigue estando presente y además su integración como narrador de la historia es totalmente caprichosa. Pero si hay algo que Waititi ha logrado más que bien y de forma sorprendente fue el de crear una película con verdadero corazón. Sí, aquella frase tan trillada por los medios profesionales aquí encaja a la perfección, ya que si no fuera por este corazón representado en aquel equipo de perdedores (tanto maestro como jugadores), la película no sería la misma. Todo termina recayendo en ellos, en sus vínculos, la construcción de sus fortalezas y la demostración de las mismas en aquel partido final totalmente de infarto y que logra hacer que uno se comprometa con lo que está viendo, siendo uno de los grandes logros de la cinta.

Todo esto acompañado de un Michael Fassbender totalmente fuera de su zona de confort en el que es uno de los candidatos a ser el papel de su carrera y un mensaje de ser feliz y vivir la vida que sí, podrá estar trillado y ha sido visto miles de veces, pero que termina siendo efectivo. Entonces… ¿Esta película es una maravilla? No, con suerte le puede llegar a la suela de los zapatos de El Karate Kid, por ejemplo. ¿Cambio mi percepción sobre Taika Waititi? No, aún me sigue pareciendo el mismo banana de siempre. ¿Tiene algo verdaderamente destacable para ser recordada? No tanto, de hecho quizás su destino sea el de terminar en la tele (si es que sigue existiendo) como aquellas películas aspiracionales que veíamos los sábados por las tardes. Aunque como también pasa con ese tipo de películas, en este caso eso no tiene nada de malo.

Sleep: El Mal no Duerme (2023) Dir. Jason Yu

“Si eres bueno en algo, siempre habrá un niño asiático que lo hará mejor que tú”, dijo un extraño del cual nunca sabremos su nombre. Y si bien una persona como yo disfruta y ama bastante el cine norteamericano, es cierto que cuando se ve una gran obra cortesía de nuestros hermanos asiáticos lo único que tengo son elogios, más aún cuando hablamos de cine de género. Desde los thrillers enfermizos hasta el horror sobrenatural más desolador posible, y a la lista de grandes películas de este tipo se suma la reciente Sleep: El Mal no Duerme, de Jason Yu. Que además de ser una gran película, es todo lo diferente a lo que uno podría esperar de una cinta de este tipo.

La primera escena de Sleep además de enganchar al espectador, también se encarga de plantear el tono de la película. En ella vemos a un hombre sentado al borde de una cama, con su esposa a su lado, levantándose y preguntando qué ocurre, solo para recibir un “Hay alguien adentro” como respuesta. Esto siendo filmado con un minimalismo notorio pero con un aura de extrañeza impregnando todo. Y así es como todo se irá resolviendo a lo largo del film, siendo situaciones extrañas con un punto de partida en lo cotidiano, donde a medida que avance todo son cada vez más y más fuertes, no tanto en lo que muestran, sino por cómo lo representan. En vez de generar asco usando imágenes fuertes o sobresaltando al espectador, Sleep elige dejarte paranoico, alerta ante cualquier cosa mínimamente sospechosa, haciéndote dudar de lo que está ocurriendo y su posible explicación racional.

A pesar de que pueda sonar a una película de “Horror Elevado”, Sleep está lejos de eso. Primero porque permite aquellos clásicos momentos humorísticos del cine coreano, donde a pesar de todo lo ocurrido, aún se nos permite relajarnos (a veces incluso como preparación de lo que está por venir). Segundo, porque Sleep entiende que a veces es mejor dejar que la cámara hable y cause el efecto en el espectador, en vez de poner a actores a gritar alegorías trilladas. Y tercero, porque Jason Yu, nos da una evolución del miedo más común, cotidiano y perturbador del ser humano: nuestra habitación.

Recuerdos de París (2022) Dir. Alice Winocour

Los ataques terroristas van a seguir siendo un tema recurrente en el mundo del cine. Tenemos ejemplos de cómo filmarlos y de cómo abarcar lo que los rodea. Desde la compleja y pesimista Munich hasta la cruel y morbosa Politécnico. Y de todas esas formas, Alice Winocour elige una bastante interesante para su nueva película. Después de una secuencia muy bien filmada que refleja el horror de un ataque terrorista, la película viraa lo que ocurre después de algo así. ¿Uno puede seguir viviendo su vida con normalidad?, ¿Las marcas se pueden olvidar?, ¿Estaba previsto que terminara en algo como esto o pude haberlo evitado?

La película muestra tres miradas distintas de un evento así para explorar no sólo esas preguntas, sino también a nuestra protagonista Mia (interpretada por Virginie Efira en un papel bastante sutil). Utilizando a tres personajes distintos que vivieron el atentado incluyendo un hombre de negocios que quedó lisiado y una joven que perdió a sus padres en el fatídico hecho acompaña a Miaa lo largo de la película. Siendo estos el fuerte de la cinta, no sólo porque generan un empatizable vínculo con ella, sino también por darle una pequeña vuelta a las películas de este tipo con una idea esperanzadora que nunca se siente impostada.

Es cierto que no todo es perfecto. La cámara no se la juega nunca demasiado y cuenta con alguna que otra muletilla del cine francés (escena en boliche incluida). También es verdad que algunas de las miradas trabajadas terminan mejor paradas que otras, esto debido a su corta duración que en realidad daba para mucho más al tener unas buenas ideas como punto de partida. Al final, Recuerdos de París es una buena película a la que vale la pena echarle un ojo. Además, personalmente me dio ganas de ver los trabajos anteriores de su directora Alice Winocour y de su actriz protagónica Virginie Efira.

As Bestas (2022) Dir. Rodrigo Sorogoyen

La primera vez fue en computadora, con un Torrent recién salido del horno y unos subtítulos en estado verde. La segunda vez fue en la Sala Cantegril en el marco del Festival de Cine de Punta del Este, siendo presentada por la gran actriz Cecilia Roth. Y la tercera vez fue aquí, en la decimonovena edición del MONFIC. Y ni aun con esas logro olvidar el agobio, el dolor y la gran exhalación que hago una vez terminada. Esas escenas de tensión tan bien construidas, los debates planteados que van desde lo cultural hasta lo social o la violencia reflejada tanto en sus diálogos y en las acciones cometidas por los personajes. Por lo que estoy diciendo parece que estoy hablando de una película de terror, y si bien es otro tipo de cine (es más, es otra cosa dentro del tipo de película que es), en todo momento es simplemente una película terrorífica.

Rodrigo Sorogoyen ya venía con un par de películas que lo coronan como el director español más importante de la década pasada y que demostraban su amor por los thrillers más puros y duros. Si bien su ópera prima Stockholm ya tenía vestigios de eso, no es hasta la Hitchcockeana Que Dios nos Perdone y la deudora de Costa-Gavras, El Reino, en las que ya se nota como un director más que cómodo en ese género. Todo esto hasta llegar a As Bestas, que partiendo de un lugar muy similar a Perros de Paja de Sam Peckinpah, se construye un relato donde algunas preguntas planteadas en sus anteriores películas chocan con temas opuestos, ya sea el avance de la modernidad por sobre todo frente a los límites de la maldad del ser humano.

¿El hogar es el país en el que nacimos o es el que creamos?, ¿El hombre es violento por naturaleza o solo en las situaciones necesarias?, ¿El extranjero puede ser una bestia a su forma? Toda película puede plantear preguntas, toda película también puede cerrarlas y una obra maestra es la que deja eso a manos del espectador. Y Sorogoyen entiende eso más que bien, ya que al terminarla uno no solo no sabe cómo responderlas, sino que tampoco sabe si uno quedó boquiabierto por lo que le plantearon o por todo el aparato de tensión, que es simplemente asfixiante. Con escenas que ya sea con violencia física o con diálogos brutales logran generar nervios en el espectador y que ya le guardan a su director una silla en el mundo de los maestros del suspenso. No solo en España y en su cine, sino en el mundo entero.

El Poder de los Centavos (2023) Dir. Craig Gillespie

Decir que hay películas hijas de su tiempo no es nada nuevo, en cierta forma la realización de una película (ya sea en su guión o en su forma de filmar) va en su mayoría acorde a la época en las que se hacen. Y eso no tiene nada de malo, ya que gracias a esto podemos aprender inconscientemente de varias cosas, desde cómo se filmaba en aquellos años a las situaciones sociales que se vivían por entonces. Además de que sin esas herencias temporales no tendríamos los movimientos y vanguardias cinematográficas de distintas épocas. Pero luego tenemos la otra cara de la moneda, películas que son hijas de su tiempo pero en el mal sentido, en heredar todo lo malo de su época y reflejarlo en la pantalla. A veces los casos son graves como el de la multipremiada Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo o simplemente mediocres como El Poder de los Centavos.

El Poder de los Centavos arranca de una forma llamativa, eso no se puede negar. Aquella secuencia con un Seth Rogen que empieza poco a poco a ponerse más y más tenso ante la subida de acciones de GameStop, tiene su gracia, logra enganchar al espectador y en cierta forma le promete una historia igual de interesante y chistosa como lo que acaba de ver. Spoiler: nunca llega a eso. A pesar de contar con algún que otro momento divertido, un reparto que lo hace bien y partir de una historia que, a pesar de estar salida del horno, es interesante, El Poder de los Centavos no termina de conseguir ese estallido, ese golpe de horno que hace que uno se comprometa con lo que está viendo y empatice por todos los personajes y la situación que se está viviendo. Pero lo más importante, no consigue generar emoción con la situación planteada. Y si algo nos ha enseñado el cine, es que lo importante siempre será la emoción, no importando el tamaño de la situación.

Ya no es solo que no demuestre vestigios de autor y de plantear dilemas interesantes como lo hizo David Fincher en Red Social, sino filmar y contar algo de manera interesante y graciosa como en La Gran Apuesta, de Adam McKay (de la cual esta película se siente como una hija bastarda). Porque al final lo que nos queda de El Poder de los Centavos es un tema interesante, filmado y tratado de manera poco interesante y con Tiktoks y memes en el medio de la pantalla. Porque si hay algo que la película ha entendido del cine actual no es la evolución del lenguaje mismo, sino que poner memes para consumo basura es la única forma de enganchar a una audiencia, generando el mismo efecto que aquellos. Nos reímos un rato, dejamos el celular a un lado y así como lo vimos, rápidamente lo olvidamos.

Puan (2023) Dir. María Alché, Benjamín Naishtat

Puan es una de las calles en las que se pueden encontrar la famosa Facultad de Filosofía y Letras (mejor conocida como UBA) de Buenos Aires, y también es el nombre de la nueva película de comedia argentina dirigida por María Alché y Benjamín Naishtat que fue un éxito en Argentina. No solo por ser considerada una buena película en su género, sino también por hablar de un tema social urgente acerca de ciertas cosas que pueden pasar (y pasan) en el país vecino. Remarcó lo importante de la locación que habita entre la calle José Bonifacio y Puan, ya que la película homónima es todo lo contrario al tipo de institución que habita ahí. Al ser errática, carente de planteamientos y sobre todo de inteligencia.

Decir de qué va Puan resulta algo difícil, no porque sea una película de trama compleja, sino porque como si de una clase de filosofía se tratase, va virando de una idea a otra con la diferencia de que una clase de filosofía sabe cerrar las ideas iniciadas. Irónicamente, dentro de esas ideas sin desarrollar se encuentra una que hace que la película no sea un absoluto despropósito, y es toda la que atraviesa al personaje de Marcelo Subiotto. Mientras avanza toda la película vamos conociendo mucho mejor a este personaje y como en realidad su cargo de profesor en Puan resulta ser una máscara para ocultar lo que en realidad es, un perdedor nato.

Y ahí está el verdadero valor de la película. La idea de un don nadie que en realidad es uno a través de la educación, del paso de la antorcha de la enseñanza y de las batallas diarias que da uno todos los días para tratar de dejarle algo a otro. Siendo esto resignificado de mejor forma en su epílogo, donde la cámara apoyada frente a la cara de Subiotto nos cuenta todo esto. Además, la cinta nos muestra pequeñas ideas que podrían sumarse a la principal para hacer una simbiosis fantástica, como lo son el no estar a la altura de lo esperado o la lucha entre lo local y lo extranjero, esto último siendo personificado por el personaje de Leonardo Sbaraglia, que actúa como la representación del primer mundo y todo su intelectualismo de cartón. Logrando prestarse a una posible confrontación literal y simbólica entre los dos maestros, pero que como todo lo presentado a lo largo del film, nunca llega a nada.

Entonces, si la película nunca desarrolla ideas (y repito, ideas que para colmo ¡son interesantes!), entonces ¿Qué es lo que nos queda? Al final lo que queda es una película que por más intenciones nobles que tenga no deja de estar desaprovechada, que se preocupa más por tirar un mensaje al aire que por narrar con la cámara, que tiene uno de los peores usos de la música de Charly García que se haya visto y que con su final subrayado, apresurado y casi sacado de una película de Avengers, hace que el desenlace de El Infiltrado del KKKlan parezca escrito por Paul Schrader. Pero para colmo y lo que podríamos decir que es lo peor de esta película, es que para autodenominarse a sí misma como una “Comedia Filosófica” su nivel de chistes consista en ver a un hombre sentándose arriba de un pañal lleno de caca.

Lennons (2023) Dir. José María Cicala

Antes de que arrancara la función, José María Cicala (director de la cinta)nos comentó algo respecto a la película: “Para esta película solo les pedimos que dejen salir a su niño interior”. Y ese concepto, el del “Niño interior” es algo que rodea a Lennons en todo momento. Más allá del humor absurdo, casi surrealista, el personaje de Gastón Pauls es uno que se ve atravesado por esta idea. Ya con la intro, donde se mete a la cama con los personajes de Parisi y Sánchez, como si fuera un niño con sus padres, nos deja en claro esta actitud. Además de que también veremos como esta especie de primo lejano de Juan Perugia tiene conductas muy parecidas a las de un niño. Desde el uso recurrente de la imaginación o ciertas manías (hablar con la S al final de todo o coleccionar figuritas). Todo esto para que al final nos enteremos de que el origen de estas cosas viene por un trauma generado irónicamente en un circo, la cúspide de la felicidad (o el espanto) infantil.

Y es en la sanación de ese trauma, reflejada en la relación que tiene Pauls con Parisi que es donde se encuentra lo mejor de la película. El cómo todos los actores del reparto logran complementarse a la perfección a un guión tan exagerado como caricaturesco y donde si bien algunos brillan más que otros, ninguno se siente fuera de lugar. (Además de que la dupla ya comentada tiene una química excelente tanto en actuación como en personajes.) Es por eso que uno también agradecería que haya más de esos momentos y menos de una trama que a pesar de prometer mucho en su primer acto, luego en su segundo acto se estanca y le cuesta encontrar de vuelta el rumbo, siendo a partir de una gran parte del tercer acto donde se vuelve a la idea base y al espíritu lírico de su arranque con unas decisiones que logran su cometido… hasta llegar al acto final.

Un acto final que va a dividir muchísimo a la gente y a los fans del cantante. Algunos podrán verlo como uno de los homenajes más fantasiosos y cariñosos que se hayan hecho sobre la figura de John Lennon y otros lo verán como un baile sobre su tumba que hace ver a Yesterday como una obra de arte. Para mí, viendo que la película siempre jugó con su tono absurdo y siendo este su pico máximo, por el riesgo que toma y que logre salir bien parada con este y que además la música cantada por el mismo Parisi te logre hacer creer por un momento que John Lennon regresó de la muerte para dar un último baile, ese acto final es para como se diría en el mundo de la música-: cerrar el show por todo lo alto. Retocando una cosa más que dijo Cicala antes de la función “Viva John Lennon, viva Gastón Pauls y viva el absurdo”.

Blue Jean (2023) Dir. Georgia Oakley

Bret Easton Ellis (escritor de Menos que Cero y Psicópata Americano) en una parte de su libro Blanco, hablaba sobre las tendencias del cine con temática homosexual de hoy en día, y para ello utilizaba de ejemplo a la ganadora del Oscar Luz de Luna, de Barry Jenkins. Entre todos los problemas que marca Ellis hay uno que sobresale, y es el de que el protagonista no era un personaje como tal, sino un receptor del sufrimiento. Una concepción del homosexual no como un individuo, sino como un objeto que sufre desgracias que ya llegan a un punto exagerado. Todo esto para el llanto de la tribuna heterosexual, que aplaudirá la película y dirá que entiende el dolor de los homosexuales solo por haber visto lo que es una de mil y un tipos de cintas como estas.

Es ahí donde entra Blue Jean y sus ideas, que si bien no son tan pésimas como las marcadas por el escritor californiano, si sigue aún con varios de los tics de este tipo de cine. Si bien por momentos la película parece que va a virar a una dirección amoral, donde si bien entendemos la situación tensa por la que está pasando nuestra protagonista, no nos hace ponernos de su lado todo el tiempo, esto queda descartado a cambio de ponerla todo el tiempo en el lugar de víctima, sin buscar alguna salida interesante como lo hacía por ejemplo La Mentira Infame en el ’61. Todo esto acompañado de unos pequeños golpes bajos y canalladas que lo último que se sienten, son reales y genuinas.

Todo para terminar con un final que resulta casi ofensivo, más allá incluso de su subrayado, sin cerrar ninguna de las ideas pobremente desarrolladas y terminando con un mensaje que se podría llegar a malinterpretar como un “Si sos homosexual, la vida siempre será sufrimiento”. Aprovechando para retomar el inicio con lo comentado por Ellis, eso no quiere decir que el autor nos esté diciendo que la única forma de hacer cine homosexual sea uno en donde todos son felices (de hecho él menciona a la película Orgullo como un mal ejemplo), ya que para él, el balance es uno en donde los personajes homosexuales puedan ser algo más allá de su sexualidad. Y cerrando con ese concepto, es bastante gracioso que, al mismo tiempo en el que Blue Jean salía en Estados Unidos, también lo hacía Llaman a la Puerta de Shyamalan, película que cuenta con una pareja gay como protagonista. No hace falta decirles cuál de las dos se llevó el premio del público en Venecia y la otra abucheos al estar hecha por un autor con las ideas bien claras.

La Montaña (2023) Dir. Thomas Salvador

Quizás fue porque ya venía exhausto de ver más veces el tráiler de Beau Tiene Miedo que a mi propia familia, o por saber que la última película del festival iba a ser una francesa, o simplemente porque recientemente me había encontrado a Fernando Martín Peña y mi mente no podía pensar en otra cosa. Pero si soy sincero, no tenía muchas ganas de enfrentarme a La Montaña, dirigida por el director y actor Thomas Salvador. Pero al igual que su protagonista, decidí aventurarme a ver que tal esta película participe en dos festivales tan opuestos como lo son Cannes y Sitges. Solo para al final chocar la Ferrari contra la pared, bajar esa idea de expectativas, llegar al final de la cinta y decir “Que dios nos ayude”.

No voy a engañar a nadie, al inicio la película verdaderamente es interesante planteando una situación curiosa: un ingeniero de una empresa de tecnología decide tomarse un tiempo de la empresa haciendo lo opuesto a lo que su trabajo indica, yéndose a vivir con la naturaleza y tratando de conectar con ella. Si bien la idea de que “Estoy viendo la versión caprichosa y europea de Náufrago” estaba presente en mi cabeza, la película se encargaba de desarmarla con un par de escenas donde cuestionan a nuestro protagonista, Thomas, de lo que está haciendo. Pero lo que se perfilaba para ser un estudio interesante de un millonario que se va a vivir a la naturaleza por puro capricho, se convierte en una película europea de festivales más. Que se hace más y más insoportable no solo por tener un mal manejo del ritmo, sino que también lo es por un giro en la mitad.

A partir de la segunda mitad hay un giro fantástico, acerca de algo de corte místico que habita en la montaña y con lo que Thomas entabla una relación. Pero no solo es la pobre integración del fantástico lo que molesta, sino los fallidos intentos de la película para hacernos empatizar con la situación de un personaje con el que nunca logramos eso. Entonces si ya teníamos una película que a pesar de sus intenciones no lograba despegar, ahora tenemos una que directamente salta creyendo que vuela a algún lado. Desembocando en un festival de imágenes surrealistas porque si, alegorías vacías del poder de la naturaleza y un intento de construir un vínculo entre personajes que no funciona al ser una película tan fría como el clima en el que transcurre. Igualmente, la nobleza obliga: a pesar de todo, tiene un muy lindo y significativo plano final. Algo es algo.

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