A FAVOR: ROSLIK Y EL PUEBLO DE LAS CARAS SOSPECHOSAMENTE RUSAS

Es importante tener mecanismos para detectar de qué nos está hablando una película. Poder localizar los gestos que nos sirvan para liberarnos de nuestras expectativas y comprender el recorrido que la película nos propone hacer. En el caso de Roslik, el pueblo de las caras sospechosamente rusas, hay dos o tres gestos concretos (es probable que sean más) que sirven de ancla para seguir un hilo extraño, desconcertante (o desconcertado, mejor dicho), que apunta artillería pesada hacia la idiosincrasia nacional, revelando lo que subyace a las ideas complacientes que los uruguayos tenemos de nosotros mismos, nuestra historia reciente y la forma de (no) procesarla.

Dos, quizá tres, gestos cinematográficos. El primero, el más obvio, aparece en un material de archivo de cuando Vladimir Roslik viajó a estudiar a Moscú. Allí, el tiempo se enlentece sobre un plano de Vladimir, apenas visible con su traje y gorro de época, como intentando captar una imagen imposible: el retrato de este protagonista ausente de la película. Una ausencia que marcó a San Javier y que la película no busca enmendar, retratando el papel que tuvo Vladimir en el pueblo, sino que por el contrario destaca la imposibilidad de comprender su importancia, al estar ausente. Salvo en lo visible: los rostros expresan esa pérdida en una tristeza que se termina de verbalizar en Valery Roslik, el hijo de Vladimir, testigo de un dolor más ajeno que propio. Él no recuerda, es más espectador que protagonista, pero su rostro es el más útil para imaginar a su padre. Quizá por eso la película sólo lo observa, al comienzo, reservándose la entrevista para cuando se hace inevitable materializar la ausencia invocada de Vladimir. Entonces, Valery, con su sencilla y alegre simpatía, sin quererlo, nos explica mejor que nadie, con su rostro y sus gestos, qué tenía de especial su padre y termina de revelar por qué la comunidad nunca superó esa perdida.

Segundo gesto: en el último tercio de la película, el documental se concentra en las crecientes aguas del Río Negro, que sumergen debajo puentes y vegetación, enterrándolo todo en una calma espejada. La metáfora funciona a la perfección para representar el devenir de la historia reciente uruguaya (que la película sigue sin vacilar) respecto a los crímenes ocurridos durante la dictadura. Una calma siniestra que oculta y tapa el dolor profundo e individual de la pérdida injusta. Esto es la placa conmemorativa que el gobierno de izquierda coloca en el centro donde torturaron y mataron a Vladimir, en un acto al que nadie invitó ni a su hijo, ni a su viuda. Un acto que la película define, sin tapujos audiovisuales, como algo intrascendente, al detenerse perpleja en el plano detalle de la placa, mientras los asistentes del acto se saludan y despiden. Una calma siniestra sobre la que nada María Cristina, la viuda de Vladimir: una imagen terrible, que sugiere la letanía de vivir/nadar en un país en cuyas profundidades sobrevive la impunidad de estos crímenes. Y es también la imagen final, de los niños jugando en ese mismo río, que reverbera con el relato de uno de los amigos de Vladimir (el mismo que dice que la dictadura logró su cometido), quien explicó que de chicos se dedicaban a «las típicas cosas» de gurises de pueblo, como cazar o nadar en el río, y que no estaban al tanto de lo que pasaba en lo político. Con esta imagen, el documental interpela a estos gurises de hoy.

Es que lo más terrible de la película no surge del pasado, sino del presente. Y no sólo de esa calma siniestra del río desbordado que, gracias al montaje, parece tapar los crímenes más atroces. Es peor. Surge de la resignación de María Cristina, que decide abandonar la política luego de no salir electa como alcaldesa una última vez, recibiendo de muchos vecinos la justificación de que «ella no es de acá». Una frase que hace eco del motivo de los militares para desconfiar, secuestrar, torturar y matar a integrantes de la comunidad rusa de San Javier. Una frase que, por lo pronto, sugiere que no fueron ellos los únicos energúmenos capaces de sospechar de gente sólo por sus apellidos o la forma de sus rostros y, peor aún: que aún hoy, para algunos, los rostros y apellidos rusos, aunque sean uruguayos, siguen siendo suficiente evidencia para juzgar a alguien.


Título: Roslik y el pueblo de las caras sospechosamente rusas / Año: 2017 / País: Uruguay / Producción: Raindogs, El camino / Género: Documental.


Por acá pueden leer nuestra crítica EN CONTRA.

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