SÁBADO DISCO, SÁBADO PACHANGA (1981)

En una (gran) crítica publicada en Cinemateca Revista, Manuel Martínez Carril (desde ahora MMC) dice sobre Sábado Disco Sábado Pachanga: “es una especie de prolongación puesta al día de cierta tendencia instintiva que atraviesa el escaso cine uruguayo… No es mucha la diferencia que lo separa de Radio Candelario o Detective a Contramano. Empero esa diferencia es significativa , porque esos antecedentes eran espontáneamente una manera de intentar lo popular y de llegar a un público masivo, y en Sábado Disco se intenta desde pique una comunicación más reducida, con un público desclasado”. En ese mismo texto MMC habla sobre el reiterado uso de locaciones que hacen a la película buscar una identificación montevideana, pero también del pueblerismo de ese mismo film, de su provincianismo, de lo reducido de su universo. Pero, en un gesto alarmista, como ese universo pobre correspondía a una realidad, lejana al público “culto”, pero existente y probablemente masiva.

Hay cosas muy interesantes en las ideas de MMC sobre Sábado Disco. La primera es esa de la prolongación de esa idea de que algo “no parece Uruguay”. Esa frase es dicha por Carlos en Acto de Violencia En Una Joven Periodista, película uruguaya de culto expandido, a lo cual Blanca le responde, indignada: “¡Es Uruguay!”. Se trata de la búsqueda de aprobación popular en base a lo poco uruguayo que pueda ser algo, o que la identidad nacional no es solo grisura, seriedad y derrumbe sino también algo similar al lujo importado. Digo algo similar porque se trata justamente de una fotocopia, y por lo tanto de una copia barata, pirata, mal hecha, de algo ajeno. Esa misma idea está dentro de la cinematografía oriental. Algo que proviene, quizá, desde la época de Dos Destinos. Un grito de: “Queremos hacer algo popular”. Una búsqueda que revela sus hilos y sus fallas constantemente. El cine uruguayo, cuando intenta hacerle caso a los que gritan que todas las películas son grises, aburridas, mudas y no pasa nada, se vuelve más provinciano que nunca.

Lo segundo que llama la atención de ese texto de MCC es la diferencia tan marcada entre lo “culto” y lo “lumpen”. Casi seguro la mirada camp al arte no es tan popular como hoy en día, y la ironía puesta como factor retrovalorizador debía ser mirado con incluso más desconfianza de lo que se ve ahora mismo. Es decir, no se trata de una mirada post-moderna (aunque ese término en sí mismo ya suena bastante retro). Con el diario del lunes, con haber visto más de diez veces Acto de Violencia… Sábado Disco parece, en todo caso, inofensiva. Un intento de hacer dinero filmando lo que se suponía que era el cine popular del momento: no tanto Fiebre de Sábado a la Noche o Rocky (aunque hay ideas copiadas de ambas), sino más bien algún esperpento porteño, probablemente dirigido por Enrique Carreras. Toda la trama apunta a un costumbrismo rancio y una elucubración social: el muchacho de clase baja, bien machito, que quiere triunfar en un concurso de baile, y el villano de clase alta, empresario, que se antepone y hará todo para que el pibito proletario pierda. En el medio hay una madre enferma, un chileno que siente nostalgia por su tierra, canciones de Psiglo bailadas como si fueran Bee Gees, etc., etc.

Vista ahora, con la mirada entrecomillada, sirve más bien para un público elitista que un público popular. Es decir, para gente que pueda apreciar el mal gusto, los diálogos ridículos, la imposibilidad de que todos los acontecimientos de la película sucedan en un sólo día. Como bien dijo el santo patrón John Waters: “La ironía es snob de por sí. Nadie con hambre gusta de algo porque sea malo”. Sería interesante ver en todo caso cual seria la reacción de ese mismo grupo de personas si Agustín Casanova actuase en una película que se llama Sábado Fiesta, y las canciones de Psiglo fuesen de Rombaí, y la estética antes que pobre de 16mm fuese cheta y de i-phone. Algunos, como yo, la odiarían pero amarían profundamente verla -por favor que alguien la haga.

De cualquier manera, hay un grado documental tanto en Sábado Disco como en Acto de Violencia que las vuelven mucho más valiosas de lo que parecen. Documental no sólo en esa idiosincrasia verdadera, la que se niega a si misma y busca su aprobación en una idea falsa de lo que “es la gente” y del “Uruguay es también cosmopolita, hacemos polo, bailamos disco”, sino también en lo que se termina registrando. Son como un documental de la Dinarp: Mientras la voz en off anuncia la concurrencia masiva a un desfile por 18 de julio, lo que vemos es, en todo caso, señoras mayores, niños y punto. El registro histórico de Montevideo de estas dos películas es mucho más poderoso que el de la mayor parte del cine nacional, porque busca de forma constante reforzar una idea que las mismas imágenes niegan, pero que termina revelando el punto cero, inicial, de Montevideo. Somos también cine basura.

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