CLAUDIA ABEND Y ADRIANA LOEFF: «BUSCAMOS ACERCARNOS A LA AUTENTICIDAD»

Entrevista a las realizadoras de La Flor de la Vida

Ya pasaron diez años desde Hit (2008), la película anterior de Claudia Abend y Adriana Loeff. En esa década no se quedaron nada quietas, sino que fueron creando este nuevo documental, La Flor de la Vida, que se estrena hoy jueves 2 de Agosto en la cartelera montevideana. El punto de partida fue un aviso que publicaron en el diario. Este decía: «Si tiene más de 80 años y quiere compartir su historia, llámenos”. La casilla se desbordó de mensajes y a partir de ahí generaron una instancia donde varios adultos mayores contaron su vida a cámara. De esos, Abend y Loeff terminaron eligiendo a Aldo y Gabriella, una pareja recientemente separada que intentaba rearmar su vida en soledad después de más de 48 años juntos. La Flor de La Vida es una película sorprendente por el nivel de intimidad y complicidad que entabla con sus protagonistas, cuidándolos, nunca explotándolos y nunca cayendo en los lugares comunes del retrato de la tercera edad. De todo esto charlamos en esta entrevista. 

Su película anterior, Hit, se terminó volviendo un éxito de crítica y de público poco usual dentro del cine uruguayo. ¿Sintieron algo de presión a la hora de enfrentar este segundo largometraje?

Claudia Abend: No por el antecedente de Hit. Creo que más bien hay cierta presión consecuencia del deseo tan profundo de contar una historia, de hacer una película, de pasar tantos años trabajando para eso… Una siente cierta presión en el sentido de necesidad de que la película satisfaga las propias expectativas, que de alguna manera le haga algo de justicia a esa pulsión que nos llevó a meternos en ese mundo…

Adriana Loeff: Hace poco nos llamaron de una escuela en la que estaban usando Hit como material de trabajo, y fuimos a hablar con los niños, a responder sus preguntas. Era la primera vez en muchos años que yo veía algún fragmento de Hit. Y me provocó sensaciones extrañas. Me reconocí en ella: somos las mismas personas y muchos de los temas de fondo que nos impulsan a hacer cine se mantienen. Pero también estamos paradas en lugares diferentes y con nuevas miradas que se suman. Lo que queríamos decir con Hit lo dijimos, y ahora teníamos una nueva pulsión por contar una historia. En ese sentido, no hubo presión alguna.

 

¿Cuál fue el interés detrás de narrar la historia de personas en la tercera edad? ¿Cual fue el puntapié detrás de poner ese aviso en el diario solicitando historias de adultos mayores?

C.A.: Empezamos buscando historias de octogenarios y, como parte de la investigación, se nos ocurrió poner un aviso en el diario: “Si usted tiene más de 80 años y quiere contar su historia en una película, llámenos”. El teléfono no paró de sonar y conocimos muchísimos octogenarios deseosos de participar de la película, hasta que dimos con Aldo, un hombre muy carismático, polémico, inteligente, que se sentó delante de la cámara y dijo: “Soy el personaje perfecto para esta película”. Nosotras nos reímos, y él terminó siendo nuestro protagonista. Todo esto formaba parte de una búsqueda de fondo, más allá del pedido concreto de personas de determinada edad. Queríamos encontrar historias de personas anónimas a través de las cuales poder hablar de nuestras preocupaciones y miedos más profundos, como el paso del tiempo, o el amor y su posibilidad de sobrevivir a los años.

A.L.: Todavía no teníamos claro cuál era el camino, y de hecho demoramos años en reconocer que la historia de Aldo y su esposa Gabriella tenía todas las capas, todas las dimensiones necesarias para hablar de esas cosas. Y hay algo que descubrimos en común con nuestra película anterior, que es eso de la historia guiada por preguntas imposibles.

C.A.: Así como en Hit preguntábamos qué tiene que tener una canción para sobrevivir al paso del tiempo, en La flor de la vida intentamos que estas personas compartan sus reflexiones y evaluaciones de vida, como si a partir de ellas fuéramos a obtener el improbable consuelo ante muchos de los conflictos más grandes de la humanidad.

 

Ustedes siguieron a varios sujetos y terminaron descartándolos a favor de la historia de Aldo y Gabriella. ¿Se arrepienten de haber dejado de lado todo ese material?

C.A.: Yo creo que la película nos fue marcando el camino. La semana pasada el documentalista brasileño Joao Moreira Salles compartió una escena de su película No intenso agora diciendo que para él era la mejor de todas, quizás hasta la razón por la cual se embarcó a filmar esa película, pero que aún así no logró que quedara dentro del montaje. Siempre quedan muchas cosas buenas por el camino, el punto es buscar la mejor forma de contar la historia que queremos contar, y tener la lucidez y también la valentía de renunciar a lo que posiblemente uno haya llegado a amar, pero que no suma en esta historia —y quizás al contrario—.

A.L.: De todos modos, las voces y las reflexiones de las otras personas no desaparecen. A raíz de ese aviso en el diario, terminamos hablando con decenas de personas, cuyas entrevistas filmamos en el Auditorio Adela Reta. Esas personas compartieron con nosotras historias muy personales, modos de ver el mundo, arrepentimientos y sueños. Y decidimos incluirlos en la película. Así, a medida que vamos conociendo la historia de amor de Aldo y Gabriella y los desafíos a los que se va enfrentando, cada tanto volvemos a ese teatro vacío y escuchamos las reflexiones de todas estas otras personas. Nosotras lo llamamos el “coro griego”, porque nos ofrece otras miradas para pensar y sentir la trama central de la película.

 

Hay algo de Aldo jugando con la cámara e interactuando con ustedes que me hace recordar un poco a la misma interacción que tenía el Canario Luna en Hit. ¿Qué es lo que les interesa tanto, o los atrae tanto, de estos hombres que parecen hacer una performance de si mismos todo el tiempo?

A.L.: Lo interesante de Aldo, además, es que en su intento por convencernos de ser el protagonista, él mismo argumenta que es buen actor, que muchas veces actúa de sí mismo y abre la incógnita de si verdaderamente es así o si se trata de un papel que juega para la cámara. A medida que la película avanza, sin embargo, las poses van cayendo, la imagen de hombre todopoderoso, que se lleva el mundo por delante, va dando paso a un retrato mucho más complejo, donde el hombre fuerte es también una persona vulnerable, solitaria, con fallas. Creo que lo que nos atrae es eso: romper las capas de esa “performance”, como decís, para llegar a lo más humano de la persona, a lo que lo hace parecido a cualquiera de nosotros, con nuestras virtudes y también nuestras imperfecciones.

C.A.: Nosotras buscamos acercarnos a la autenticidad tanto como sea posible. Filmamos y filmamos hasta encontrar ese momento mágico en que el personaje se olvidó que tiene una cámara apuntándole y se relaja y se muestra espontáneo por un momento. El Canario Luna nos recibió con el torso desnudo, tomando vino y resistiéndose a responder la mayoría de las tonterías que intentábamos que contestara, y aunque en ese momento lo sentimos como un fracaso, en el montaje la escena se resignificó por completo porque sentimos que habíamos logrado un registro increíblemente auténtico de un tipo que no estaba posando para la cámara y qué más bien le importaba un comino lo que los demás pensaran de él. Con Aldo, protagonista de La flor de la vida, salvando las distancias, pasa algo similar: nos sorprendió su franqueza, sus declaraciones sin filtro, su honestidad brutal. 

 

Nos sorprendió mucho la inmediatez de la puesta en escena, de cómo estaba filmada de una forma casi urgente. ¿Cómo se plantearon el trabajo de cámara?

C.A.: La cámara y el rodaje debían estar al servicio del relato y lo que estábamos filmando. Nunca hubiéramos logrado el grado de intimidad al que llegamos si hubiéramos trabajado con un esquema de rodaje más invasivo. Por eso, en varias escenas nosotras mismas hicimos cámara y sonido. Ni Adriana ni yo somos buenas fotógrafas ni sonidistas, pero sentíamos que en ciertos momentos, la manera de entrar a la casa, y la vida, de Aldo o de Gabriella era yendo solas. En otras ocasiones íbamos con nuestra fotógrafa y nuestro sonidista, pero siempre con un esquema mínimo. Incluso, en esa búsqueda, experimentamos otros caminos también, como colocar la cámara en un trípode en la casa de Aldo, pedirle que se grabe a sí mismo y dejarlo solo.

A.L.: Eduardo Coutinho, cuyo trabajo nos gusta mucho, decía que no le interesaban ni la pureza ni la perfección. Incluso iba más lejos: decía que eran “fascistas”. No llego a ese lugar, pero sí comparto la concepción del cine como una búsqueda de lo más esencialmente humano. Y lo humano es imperfecto, tiene fallas, tiene arrugas, tiene manchas. Humano es cometer errores, arrepentirse, contradecirse. Y para mí sería extraño filmar todo en un marco de absoluta pureza estética. No quiere decir que no la aprecie, sólo que no la busco, al menos no en este momento, no con esta película.

 

¿Tuvieron un cuidado especial a la hora de retratar los cuerpos de su personaje? ¿Cómo evitaron la trampa del grotesco? ¿Cuando es el límite a la hora de dejar expuestos a sus personajes?

C.A: Mucho cuidado tuvimos, todo el tiempo. Creo que la mayor exposición de nuestros personajes es porque desnudan su alma, no su cuerpo.

A.L.: Fuimos a todo paso muy conscientes de que la materia prima de nuestra película era la historia íntima de dos personas anónimas. Eso nos obligó a ser muy cuidadosas, especialmente en el montaje. Cuidadosas con todo, no sólo con sus cuerpos, como dice Claudia. Cuando terminamos la película y la vimos con ellos —cosa que nos daba un poco de miedo, porque no sabíamos cómo iban a reaccionar, si iban a sentirse mal— lo primero que nos dijeron fue que se notaba el cuidado con el que estaba hecha. Ellos se muestran muy vulnerables frente a las cámaras, en situaciones en las que quizás hubieran preferido que otros no los vieran. Pero entendieron que si esas escenas estaban en el corte final, era porque ayudaban a contar su historia de manera honesta, y no por otra cosa. Y respetaron esas decisiones que tomamos.

 

 

Durante la proyección en el DocMontevideo hubo muchas instancias que el público se reía en escenas que para Aldo podían llegar a ser dolorosas, o que marcaban su consciencia frente a la vejez, la soledad, y la muerte. ¿Ustedes anticiparon la posible reacción que iba a tener la gente al verla? ¿Como se sienten ustedes con respecto a las cosas que dicen y hacen sus personajes en la película?

C.A.: Aldo se ríe mucho de sí mismo. Creo que eso es gran parte de su carisma y atractivo como personaje. No es que el público se ría de su dolor, es él el primero en reírse y burlarse de sus propias circunstancias que sí, son dolorosas a la vez. 

A.L.: A lo largo del proceso de montaje fuimos desarrollando criterios para decidir qué incluir y qué no. Hay cosas que uno escucha a sus personajes decir o ve hacer y la tentación es pensar: esto lo deja mal parado, mejor no lo pongo. ¿Qué necesidad de verlo diciendo “soy tan egocéntrico que me enamoro de mí mismo”? Pero los valores de la persona que uno filma y su lectura de las cosas, no siempre son los mismos que los nuestros. A veces en el visionado escuchábamos a Aldo contar una anécdota y sentíamos que no lo dejaba bien parado. Pero luego nos dábamos cuenta que esa anécdota nos la contó en otro momento, y en otro, siempre hablando del mismo tema. Eso significa que fue algo importante para él, algo que lo marcó, algo que él quiso contarnos. Y ahí el parámetro no era lo que nosotros pensábamos que reflejaba de él, sino cómo él veía las cosas. Tener una persona tan dispuesta a exponerse como Aldo nos obligaba a recordar que nuestro objetivo siempre es abrir preguntas, invitar al público a pensar en sus propias vidas y nunca emitir juicios ni bajar sentencias.

C.A: También hay muchas cosas que los personajes dicen o hacen en las que nos sentimos reflejadas. Dentro de ese coro griego, por ejemplo, hay muchos personajes que nos despiertan gran admiración. Hay algunos que secretamente representan lo que Adriana y yo quisiéramos llegar a ser algún día. La película fue una oportunidad de conocer personas maravillosas, lo sentimos como un gran privilegio. 

 

Todo documental, gracias al montaje, o la irrupción de la cámara y como un sujeto reacciona frente a ella, tiene un poco de ficción. ¿Cuánto hay de manipulación en las acciones que suceden en la película? 

C.A: Yo creo que más que hablar de una realidad, la película habla a través de ella… Y todo corte es un poco una mentira: esas tomas que uno ve la una a continuación de la otra nunca sucedieron de ese modo. Lo que puedo asegurar es que somos muy cuidadosas y hacemos todo lo que podemos por ser honestas y justas con la historia que estamos contando. Eso a veces implica por ejemplo ocultar parte de lo que sucedió en la realidad, o provocar algo que si no, no hubiera sucedido. Es un terreno muy delicado que creo uno tiene que evaluar en cada caso particular. A veces una “manipulación” es necesaria para contar la historia que queremos contar y no necesariamente está mal hacerla. Después de todo, estamos haciendo cine, no ciencia.

 

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afiche del documental la flor de la vida

Afiche de La Flor de la Vida, de Claudia Abend y Adriana Loeff

 

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