LA DIVISIÓN (2017)

El misterio de lo absurdo

Daniel Hendler amplió sus formatos como director. Del cine con Norberto apenas tarde (2010) y El candidato (2016), pasó a las series para TV con Guía 19.172, y ahora estrenó una serie directo para la web UN3 llamada La división, a principios de este mes. Dividida en ocho capítulos cortos, de no más de diez minutos cada uno, la historia trata sobre Alfredo (Hendler), un trabajador super ejecutivo y racional, que al cambiar de división en la fábrica donde trabaja, está a punto de sufrir un giro en su vida.

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A medio camino entre comedia y thriller, entramos a este mundo sin saber mucho dónde nos encontramos. La voz en off de Ana Katz nos cuenta muy poco de nuestro personaje principal, dejándonos en seguida con varias dudas que igual, una vez que estamos metidos en la historia, nos resultan poco relevantes. Aceptamos la rareza de su diégesis como verosímil y empezamos a percibir los detalles que realmente importan. A fin de cuentas, no nos interesa qué es lo que fabrica esa empresa, ni qué hacen los trabajadores allí, ni qué se propone Alfredo como agente de Recursos Humanos. Aceptamos el enigma y comenzamos a ver con su propia lógica aquellas cosas que a primera vista parecían incoherentes.

Lo absurdo se apodera de la mayor parte de la historia: Alfredo con su obsesión numérica por digitalizarlo todo, Macarena (Ana Katz) y su comportamiento sospechoso, los trabajadores de la división, que parecen salidos de Alicia en el País de las Maravillas, y un exterminador de ratas demasiado compenetrado con su trabajo. Los sinsentidos son parte fundamental de la historia y son además los momentos dispuestos para generar el clima general que, partiendo del humor, termina por ser sumamente amenazante y extraño. Sinsentidos como la forma que tienen de comportarse los empleados cuando van a pedir empanadas, o cuando Alfredo les dice que deben pensar en la productividad de cada movimiento y ellos acatan la orden sin chistar. La forma de hablar de todos los personajes es sumamente impostada, pero sintoniza con lo incómodo de sus comportamientos. La música va por el mismo carril que los personajes: errática y chillona, logrando aumentar la tensión y lo hilarante de cada situación. A medida que pasan los capítulos vamos entendiendo a los personajes más desde lo emocional que desde lo racional, lo cual se condice mucho con el desenlace y la trama central de la serie.

La burocracia que impera en La División es digna de El Proceso (1925)lo cual habla de la perdurabilidad de historias como la de Kafka: procesos infinitos que ya no son puertas y papeleos, sino ventanas, señales y flujos de información inacabables. Alfredo comienza la serie como un usuario modelo de ese sistema burocrático, ansioso por el simple hecho de clasificar y digitalizar decisiones estúpidas.

No saber qué es lo que fabrican ni porqué lo hacen es lo que remarca la futilidad de sus acciones. Hablan de maximizar recursos, reducir personal, digitalizar procesos, generar demanda, pero esos medios parecen no tener un fin. Es una hipérbole de la lógica mercantil, la productividad por la productividad misma. La burocracia de Kafka funciona en los mismos términos, no hay razones ni explicaciones lógicas. No hay nada que justifique el sinfín de puertas y burócratas de El Proceso. La única razón de ser que tienen es la de reproducirse, eternamente, sólo para mantener vivo al sistema que los creó.

La oposición que hay entre los mundos que habita Alfredo está reflejada en sus nombres: la División y la Comunidad. El primer mundo -donde empieza la historia- es un lugar numérico y productivo, donde no hay un vínculo real entre las personas. La Comunidad es un espacio más bien emocional. Ambos funcionan como reflejo de dos caras de la naturaleza humana. Lo interesante es cómo, una vez que conocemos el mundo de la Comunidad, empezamos a ver a la División con otros ojos. Al igual que él, lo que antes acaparaba la atención y llenaba el ojo (maximizar, digitalizar, etc.) ahora nos parece aún más vacío. Alfredo ya no quiere pensar en la producción de la empresa, porque ese ya no es su lugar.

Las palabras que utilizan los personajes  al hablar develan mucho de cómo piensan el mundo que habitan, los términos que utilizan pertenecen al ámbito de la tecnología y la comunicación: sistemas, interconexión, mensajes encriptados, digitalización. Es una historia atravesada por el tráfico de información, basada en los mensajes que van y vienen, de mundos que se conectan entre sí. Pareciera que así es como pensamos hoy en día: en base a procesos digitales y señales virtuales que andan en el aire. Todo lo que sucede tiene que ver con la curiosidad, con la comunicación entre personas, con lo que decidimos percibir y lo que no. Lo que decimos, lo que pensamos y lo que vemos. Una frase que me quedó dando vueltas, en relación a esto: “El amor es información. A nosotros, en definitiva, lo que nos interesa es captar esa información”.

Es curioso como gran parte de la historia ya está contada en la animación del título de la serie. Cada capítulo comienza con su aparición y el símbolo de división encima, que después de unos segundos se desestabiliza para completar los puntos de dos de las íes de la palabra, pero que en definitiva es una balanza donde cada puntito va para lados diferentes. Eso habla del cambio de Alfredo, del quiebre de la razón en favor al caos y la emoción. Quizás, salir de la zona de confort y perder el equilibrio nos lleve a lugares mejores.

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