REALIDADES ALTERNATIVAS EN EL DOCMONTEVIDEO (2017)

Una visita a la muestra expuesta en el CCE

Durante el DocMontevideo de este año, asistimos a una muestra de realidad virtual llamada Realidades Alternativas, presentada por el Sheffield Doc/Fest. De la experiencia de recorrer la presentación, resultó esta nota: otra prueba de que el futuro llegó hace rato.


Al entrar a la sala del CCE y acomodarte en una de las sillas giratorias de la muestra, alguien te ayudaba a ponerte unos lentes y unos auriculares. A partir de ahí, una vez que la cosa empezaba, quedabas solo y aislado en un mundo nuevo. Future Aleppo, de Alex Pearson e In my shoes: intimacy, de Jane Gauntlett, eran las dos primeras experiencias con las que te topabas, y quizá las dos menos interesantes de toda la muestra. La primera giraba en torno a una gran maqueta construida por un niño de 13 años –Mohammed- en la que planteaba una posible reforma, desde su imaginación, para la ciudad de Aleppo, devastada por la guerra. Su valor es indiscutible, en tanto se amplifica la voz y la imaginación de un niño inmerso en un desastre. Eso queda clarísimo. Pero desde el punto de la experiencia y lo que le concierne a los realizadores, lo cierto es que se agota muy rápido la mecánica de mostrar un edificio de la maqueta, en un plano fijo -más allá de la posibilidad del 360°-, con música emotiva y narrarlo todo con voz en off. Lo emocionante se diluye en el mecanismo que pone demasiada expectativa en cosas que no tienen suficiente efecto o contenido. Y algo parecido sucede con In my shoes: intimacy. La trama es sencilla: dos personas charlan en un sillón, y el espectador, depende qué lado elija, se pone en los ojos de uno o del otro y accede, además de a su punto de vista, a sus pensamientos narrados. En esta dinámica se suceden varias escenas en las que los personajes van también variando. Así pasas de ser un hombre en una primera cita en una escena, a una mujer tetona que está con su novio aburrido en otra. Las charlas son banales y los actores no son muy buenos. Pero es interesante de todas formas, descubrir cómo uno toma postura de una manera radical e incuestionable ante el personaje que le tocó. Es como un mecanismo de empatía infalible, que en la pantalla 2D sería un fracaso rotundo pero que acá, por más que se queda en el mero gesto, se consigue.

Tráfico, una animación de Owain Rich y Charlie Newland, era uno de los más narrativos. Giraba en torno a María, una mujer nicaragüense que, según te cuenta la descripción, vivió ocho años de prostitución forzada. La obra está narrada por una voz que encarna a María, y que recoge varias experiencias tomadas a partir de entrevistas a mujeres que vivieron ésa misma realidad. Así descubrimos que en verdad María no es real ni tampoco una persona sola, sino que es una construcción de varias, casi un símbolo, o un paradigma, lo cual convierte al drama personal en una tragedia universal. En este sentido, uno de los mayores aciertos de Tráfico es haber optado por un punto de vista siempre variable, a diferencia de In my shoes: Intimacy, que es justamente en este aspecto donde más se agota. En Tráfico, el punto de vista es el de uno mismo, dando relevancia a esa realidad alternativa. Apenas comienza la experiencia María te avisa, como si fuera un fantasma, que será tu guía por los lugares en los que anduvo y las cosas por las que pasó en esos años. Una vez dentro del cuarto donde dormía, de la calle donde paraba y de los lugares por donde andaba, como espectador tenés la posibilidad de girar, pero también de acercarte a los objetos, a las telas, a los rostros de los demás personajes, la posibilidad de ponerte de pie y mirar qué hay encima de ellos o detrás, incluso volver a anteriores escenarios. Esto genera una entrada mucho mayor a ese mundo, y una comprensión más precisa al mismo tiempo, un tipo de acercamiento bastante único al relato, algo que en el cine tradicional no puede suceder de este modo. Porque la curiosidad en el cine, aún en una cámara subjetiva, siempre es ajena -aunque se comparta-, pero acá es del espectador, siendo las imágenes que componen al relato, una variable constante en tanto dependen sustancialmente de la curiosidad de quien mira.

Otro que optaba por un punto de vista similar era Step to the line, de Ricardo Laganaro, que transcurre todo en cárceles de máxima seguridad. Allí, una cámara 360° registró una serie de eventos especiales, donde por ejemplo los presos comparten sus miedos y sus recuerdos de infancia, en diálogos que podrían ser simples confesiones a modo de entrevista, pero que están tomados de forma muy particular, a priori indescifrable. La cámara, osea uno mismo, está ahí parado en medio de un montón de personas hablando y escuchamos solo a uno de ellos, aunque visualmente estemos más cerca de otros. La posición de la mirada es incómoda y confusa. No nos podemos acercar a nadie. Estamos anclados en ese punto, ignorados por todos, invisibles y obligados a mirar. Esto me llevó a pensar, en determinado momento, en Salida de los obreros de la fábrica Lumière,y en cómo -salvando distancias- comparten casi el mismo primitivismo. Más allá de comparaciones improbables hay un valor por el registro que parece exceder al lenguaje. Y de la misma forma que poner una cámara frente a un tren era un gesto lo suficientemente valioso, para Step to the line parece tener el mismo valor la posibilidad del 360° en una celda, en los pasillos de una cárcel o simplemente frente al rostro de uno de los presos. Como una suerte de experimento que podría ampliarse, y que de hecho sucede de forma similar en Munduruku, otra de las obras de la muestra.

Munduruku (2017)

DeathTolls Experience, de Ali Eslami, es la única en la que había que estar de pie. El punto de vista es prácticamente neutro y no hay una voz guía ni nada parecido. Va más o menos así: entrás caminando a un galpón repleto de muertos envueltos en bolsas blancas como de la morgue y repartidos en unas estanterías gigantes, casi infinitas. Luego pasas esa parte y llegas a un mar donde están los mismos cuerpos pero flotando a tu alrededor. Seguido a eso llegas a un parque, una especie de cementerio paradisíaco. Poco después finaliza (dura nueve minutos) con un número impreso sobre negro, un número en millones, referencia a la cantidad de muertos que acabas de ver, representantes de los refugiados que murieron -y siguen muriendo- en las crisis de los países europeos y de los sirios bombardeados. Es una obra de impacto, predecible pero al mismo tiempo vívida. El personaje en movimiento constante es lo que hace de DeathTolls Experience, una escalada irregular, bien llevada, de mareos (reales) y de sensaciones conocidas pero conmovedoras. El constante movimiento y la deriva de «jugar» a estar de pie en el espacio virtual es tan agradable como vertiginosa.

Por último, Planeta (infinito), de Momoko Seto, (directora japonesa con una página de contenidos altamente recomendable) sin dudas era el más abstracto y experimental de todos, una postura clave para estos procesos de descubrimiento de las posibilidades narrativas y artísticas de las realidades virtuales. La descripción de Planet comenzaba así: «En un mundo en ruinas, sólo hongos y moho crecen en medio de gigantescos cuerpos de insectos secos». Resulta que uno viene a habitar este mundo sin una identidad definida, pues al no haber humanos uno se pregunta, ¿acá quién soy? Y uno puede ser un hongo, un hueso de insecto o alguna otra cosa. O nada, da igual. Pasa un rato de un relajante ruido a playa al comienzo, hasta que llegan las lluvias y una inundación te sobrepasa. Y una vez estás sumergido aparecen unos bichos de mar extraños, que te rodean hasta que salís intacto, de vuelta a la playa. Nada se aclara, no hay una historia, ni realidad social a la que atender. Se trata más bien de un montón de sensaciones. Exagerando un poco -muy poco- es como la escena del origen de la vida en El árbol de la vida, pero desde adentro, en primera persona. Una experiencia digna hasta para los que defenestran la película de Malick. En la muestra en Ingalterra –donde había estado anteriormente– algunas de las experiencias como ésta y Munduruku, se hacían dentro de carpas tipo domos, donde además de imagen y sonido había olores, texturas y diversas superficies. Lo que se exhibió aquí era una porción del total de estas nuevas técnicas, y aún así una porción muy valiosa.

Planet ∞ (2017)

 

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