BELMONTE (2018)

El cine como impulso

fotograma de la película Belmonte
Gonzalo Delgado como Belmonte en Belmonte (2018)

Hay un cine que permite el error y el ensayo, no solo en su proceso creativo, sino como parte de la obra en sí misma. El cortometraje [o el videoclip] no es el único formato donde está permitido sino, a estas alturas, deberíamos entender que también las películas son un espacio donde esto puede suceder. Asociar el acto del largometraje a obras como Belmonte (2018), es entender que el cine es un impulso creativo y artístico, antes que un aparato de industria que debe responder a una lógica de producción, sin importar si se tiene mucho o poco presupuesto. Para el cine uruguayo, hoy en día, es preferible la existencia de películas como Belmonte, como Ojos de madera (2017) y Las Olas (2018), antes que tanques como La noche de doce años (2018), que en definitiva terminan siendo esfuerzos titánicos por promover un modelo de cine exportable, que no responde a las posibilidades de sacar películas adelante que existen en Uruguay en este momento.

Belmonte, más allá de los reparos que se tengan sobre la estética, las cuestiones narrativas, de contenido, sus logros o sus fallas, responde a la lógica del cine como impulso. Se trata de una producción que en cuestión de un año se terminó de escribir, se produjo y se filmó, sin esperar grandes entradas de dinero, sin esperar aprobaciones y aceptación más allá del equipo que la iba a llevar adelante. Es una muestra de cómo el cine es posible como acto de fe de un colectivo y como una forma de trabajo. Vale aclarar que la rapidez no es la virtud en todo esto. No muy lejos está el ejemplo de Lucrecia Martel y sus diez años atrás de Zama, una producción titánica en función de una película brillante, personal e íntima, en la que casi se siente cómo los personajes respiran encima de la cámara, algo que no pasa en los calabozos de la de Álvaro Brechner (que puede ser comparable en términos presupuestales y de maquinaria). La virtud de Belmonte -y de Federico Veiroj en este caso- es en cierta medida la valentía, de entregarse al impulso de hacer una película y estrenarla, como quien agarra un lienzo una madrugada y va a la mañana siguiente al museo a mostrarlo. A riesgo de todas las fallas e imperfecciones. Antes de esperar encontrar ingeniosas vueltas de guion y grandes arcos dramáticos por los que atraviesen sus personajes, Veiroj decide que van a pasar pocas cosas –casi nada-, que todo va a estar contenido en el estado interno de un personaje (interpretado por Gonzalo Delgado Galiana), que todo va a suceder en pocas locaciones, todas vistosas y luminosas, y que las escenas se van a resolver en la menor cantidad de planos posibles, con planos fijos o haciendo deslizar la cámara en grandes paneos buscando a los actores o recorriendo una pincelada en un lienzo, poniendo énfasis en el uso de música pre-existente (desde Leo Masliah a los Buenos Muchachos). A partir de estos elementos, que implican en cierta medida una limitación de recursos, se termina logrando trasmitir el estado lacónico del personaje, un ambiente y un clima general que se sostiene durante la hora y poco de metraje. Puede aburrir o no, pero es lo que es y no hay vueltas engañosas ni jugadas deshonestas en su afán de lograr emocionar o sensibilizar.

Dentro de la obra de Veiroj, quizá uno de sus mejores trabajos es Primera Persona, la serie documental compuesta de una cantidad de entrevistas a adolescentes, que en algún momento se dio por Tevé Cuidad y que está en Youtube entera. Allí, se lograban trasmitir las experiencias y confesiones de varios adolescentes a través de una cámara que hacía evidente su pulso, su titubeo, el cual incluso trasmitía la voz de Veiroj cuando aparecía haciendo preguntas. Y todo eso está allí, a la vista, en una obra que no es el resultado de una investigación, sino que es la investigación en sí, algo a lo que se asiste en vivo, a medida que sucede. Esa noción del “resultado” creativo como el espacio donde se sigue construyendo, aún cuando la obra se dio por “terminada”, es sobre lo que Veiroj vuelve en Belmonte. No es alguien que ya lo sabe todo sobre su personaje y que, desde un lugar superior viene y nos lo muestra, sino que es alguien que está dispuesto a dar marcha a la obra y a partir de ahí ir descubriéndolo. De alguna forma la búsqueda de Belmonte, el personaje, por un momento de tranquilidad personal, un segundo donde pueda salir de todo el mareo que lo abruma y que lo convierte en una persona molesta y malhumorada -y que quien se supone que “tiene” que ser (padre, pintor, artista exitoso, buen hijo, etc.)- se sucede en paralelo a la búsqueda que hace Veiroj por entenderlo a él en ese momento, a través de estas circunstancias. Entonces todo se desarrolla con cierto espíritu de ensayo, de prueba.

A razón de este riesgo (de trabajar con tiempos acotados) resulta una película irregular, con algunas escenas donde las actuaciones no se sostienen ni dos diálogos. El propio trabajo de Gonzalo Delgado, que si bien es parecido al que hace en otras películas, acá se agota antes de que la película llegue a su fin y se vuelve tedioso y poco creíble, en esta cosa de ser un personaje tan deprimido pero sin desdobles. Sus mejores momentos son en las escenas en las que está con su hija, como si la frescura de la niña, que es la mejor actriz de toda la película (incluso en escenas dramáticas en las que realmente está muy bien), le permitieran otra soltura y una sinceridad mayor. También hay algunos aspectos de guión que quedan apenas esbozados y que quizá exigían más desarrollo, como la relación de Belmonte con su padre, por ejemplo, o la relación con un tipo a quien encuentra en la rambla escuchando una radio y que después se le aparece en una especie de momento de ensueño, mientras su hija está dándole indicaciones a una funcionara del museo donde van a exponer sus pinturas y él está tirado en un sillón mirando por la ventana.

En contra parte, las escenas a nivel fotográfico son bellísimas y la elección de los encuadres y los momentos de luz son acertadísimos. La puesta en escena, desde la sencillez, logra ser por momentos muy íntima. Todo tiene una impronta que es muy similar a la cadencia de Eric Rohmer, quien sobrevuela en todo momento, sobre todo el Rohmer de Cuento de Verano (1996), con su personaje masculino malherido, en sus idas y vueltas sobre varios personajes y situaciones que parecen sustituibles, porque conducen a la nada misma, o al mismo lugar de donde se partió. Belmonte, de todas formas, es una película más adulta. Si en Cuentos de verano el conflicto eran las relaciones amorosas de jóvenes casi adolescentes, acá el conflicto es que un tipo separado empieza a desvariar una vez que se entera que su ex pareja va a tener otro hijo con una nueva pareja. Si Rohmer demostraba que con setenta y pico de años podía acercarse con bastante lucidez a la mente adolescente, en Belmonte estamos frente a una mirada un poco anacrónica (las decisiones de arte y la selección musical son bastante evidencia de esto), porque nada de lo que se plantea dentro de este marco, esto es: «la historia de un artista de clase media-(bastante) alta que tiene problemas personales», resulta urgente. Es, obviamente, una mirada alejada de querer ser «actual» y urgente, y nadie dice que esto sea obligatorio, pero esto al final deviene en esa otra mirada, que es -en definitiva- un poco cheta, lo que se evidencia en el espectro geográfico en el que se mueve la película dentro de Montevideo, que es el mismo en el que caen el noventa por ciento de las películas de ficción uruguayas (Centro, Parque Rodó, Pocitos y Cuidad Vieja), como si no hubiera oeste o norte.

Se trata de una película formal que igual logra trasmitir frescura, dejando todas sus herramientas al descubierto y construyéndose de alguna manera a la vista de sus espectadores. Logra alejarse de la frivolidad, lo cual la hace valiosa, aunque termine siendo un producto imperfecto, como todas las cosas que se conciben con una cuota de vehemencia y riesgo.


Título original: Belmonte / Año: 2018 / Duración: 75 min. / País: Uruguay, México, España/ Dirección y Guión: Federico Veiroj / Música: Johann Sebastian Bach, Ludwig van Beethoven, Pedro Dalton, Alfredo Le Pera, Leo Maslíah, Buenos Muchachos / Fotografía: Arauco Hernández Holz, Analia Pollio / Reparto: Gonzalo Delgado Galiana, Olivia Molinaro Eijo, Tomás Wahrmann, María Noel Gutiérrez, Giselle Motta, Jeannette Sauksteliskis, Raquel Eliazer / Productora: Nadador Cine, Cinekdoque, Corazón Films, Charles Barthe-Labo Digital, Ferdydurke Films

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