RICHARD JEWELL (2019)

Compleja y profunda

Como su protagonista, la última película de Clint EastwoodRichard Jewell (2019), parece estar destinada a ser el blanco de acusaciones falsas, basadas en presunciones o perjuicios. Dichas acusaciones, emitidas apresuradamente, no parecen estar respaldadas por evidencia real. Nos toca entonces, para forzar todavía más esta mala metáfora, jugar el papel de abogado defensor, aunque nuestro cliente, como veremos, no sea del todo inocente.

Richard Jewell narra el caso real de un guardia de seguridad estadounidense (el personaje homónimo) que encuentra una bomba en los festejos de los Juegos Olímpicos de Atlanta ’96. El guardia (un don nadie que ni siquiera se desempeña como policía sino que está encargado de cuidar los equipos audiovisuales) ve una mochila abandonada y logra convencer a sus desconfiados compañeros policías (que creen que todo es producto de la imaginación de Jewell) que se comuniquen con los equipos especiales. Estos efectivamente encuentran la bomba, logrando despejar el perímetro. Richard Jewell se convierte entonces, de la noche a la mañana, en un héroe nacional que logró evitar una catástrofe, salvándole la vida a decenas de personas. Sin embargo, el FBI, desesperado por encontrar al culpable, acusa a Jewell (que sabemos inocente) de haber puesto él mismo el explosivo, para convertirse así en un héroe.

La escena en la que Jewell encuentra la bomba es una clara muestra del genio de Eastwood: su manejo de los tiempos narrativos, al condesar los 30 minutos desde que el terrorista anuncia que una bomba va a explotar hasta que esta explota en unos pocos minutos de película (minutos de suma tensión); su economía de recursos: el director no subraya innecesariamente cada situación, confiando en la inteligencia del espectador y evitando abusar de los énfasis, guardando estos para los momentos realmente claves: así por ejemplo no se nos muestra cada dos segundos la bomba sino que con un plano detalle de esta ya alcanza[1]; su conciencia del valor de los planos, reservando, por ejemplo, el gran plano general para el final de la escena, o los planos detalles, como decíamos, para el momento en que aparece la bomba: no hay así un picadillo de planos que se mezclarían en una masa indiferenciada e insulsa, sino que cada plano cumple su función.

Sin embargo, sí se ha descrito al film como una alabanza simplista, en estos tiempos tumultuosos, de las fuerzas policíacas en su combate contra el terrorismo; una alabanza a un norteamericano promedio que decidió dedicar a su vida a proteger al prójimo y que, gracias a su constancia y voluntad, tuvo la oportunidad de convertirse, finalmente, en un héroe, al hacer simplemente lo correcto, lo que tenía que hacer. Sería esta, entonces, una historia moralizante y moralista en la cual un hombre común hace el bien defendiendo a los inocentes de los malos. Ese hombre promedio podría ser cualquiera de los espectadores. Richard Jewell como el héroe americano. El film crearía un universo maquiavélico que enfrentaría a buenos y malos. Pero lo que realmente hace Richard Jewell es algo mucho más complejo.

Abordemos, en primer lugar,este concepto de héroe y la versión que el film expone. Richard Jewell se nos presenta desde el comienzo de la película como un psicópata obsesionado con la idea de hacer el bien. Esto lo lleva a abusar completamente de sus funciones en cada trabajo que consigue: detiene a personas por fuera de su jurisdicción, golpea en un campus a un joven por estar tomando cerveza en su habitación (aunque necesita una orden, que no tiene, para entrar en esta), etc. Quiere ser un justiciero y está convencido de que su tarea es fundamental.

El film enmarca las acciones de Jewell en un contexto social más amplio: una sociedad disciplinaria, con  una presencia constante de entes regulatorios, como, por ejemplo, la policía, el FBI, etc. A la escena del atentado, por ejemplo, se presentan varias fuerzas especiales que se pelean por la jurisdicción del caso (Eastwood filma esta situación como si se tratase de un gag, con mordaz ironía). El  propio rector de la facultad, que echa a Jewell por abusar de sus funciones, le había dicho, en un comienzo, que quería mantener el orden en una institución en la que reinaba el caos. Así el film muestra una sociedad deseosa de controlar y ejercer la fuerza para imponer el “bien”. Cuando, en la segunda parte, el FBI comienza a investigar a Richard Jewell realizando todo tipo de atropellos contra sus derechos, recordamos que el propio Jewell acometió violaciones similares cuando trabajaba de guardia.

Por otra parte, Eastwood retrata una sociedad obsesionada, también, con la idea del héroe o ídolo: el ídolo musical de los conciertos, el ídolo deportivo de los juegos olímpicos, etc. Así, luego del atentado, los medios quieren hacer de Jewell un héroe nacional e inclusive le ofrecen un contrato para realizar una autobiografía para satisfacer a un público sediento por este tipo de historias épicas (como los inadvertidos espectadores que van a ver Richard Jewell esperando encontrar en el film una de estas historias). Los medios son omnipresentes (las emisiones televisivas proliferan en el film) y en estos se juega gran parte del partido, la imagen que emiten termina determinado la realidad misma: así los personajes dan constantemente entrevistas (o amenazan con ir a la prensa), el público los juzga por lo que en estos aparece y los protagonistas mismo consumen su historia a través de los medios (inclusive en un momento la madre de Jewell duda de su hijo por lo que un famosos comentarista dice sobre este en un programa). El propio Jewell comparte esta obsesión: lo primero que hace  luego del atentado es llamar a su madre para decirle que mire la T.V. al día siguiente.

Como en las películas de falsos culpables de Hitchcock (a las que Richard Jewell les debe mucho), si bien el protagonista no comete el crimen si comparte cierta culpa: este satisface sus deseos.

Eastwood deconstruye la  imagen del héroe, viendo lo que hay detrás de este. Algo similar había realizado en otro film también incomprendido: American Sniper (incomprendido por gente que, sospecho, no vio Letter from an Unknown Woman).[2]Cuando, sobre el final, vemos el retrato de Jewell no vemos la imagen acartonada que este presenta sino algo mucho más complejo.

El film parece investigar qué es lo que sostiene esas banderas estadounidenses que aparecen constantemente, realizando una crítica dura a las instituciones de dicho país.

Instituciones que parecen encarnar la idea misma del bien para Jewell, por eso su sueño era ser policía. Inclusive cuando el FBI lo acusa de cometer el atentado, él contribuye a la investigación ¡en su propia contra! Lo que hace el FBI no puede estar mal (a fin de cuentas son los chicos buenos), como lo que él hacía cuando era guardia de seguridad no podía estar mal (como para el FBI, por otra parte, su accionar no puede estar mal tampoco). Suponer lo contrario sería derrumbar toda una serie de certezas.

Finalmente si uno está convencido de estar del lado del bien ¿por qué no combatiría el mal? ¿Por qué no sometería a los equivocados a su voluntad? Jewell, como vigilante que se sobrepasa en sus funciones, no parece ser la excepción sino la regla. Jewell como el síntoma de una neurosis colectiva (Travis Bickle y Richard Jewell están más cerca de lo que puede parecer en un primer momento).

Así, Eastwood parece querer arrancar al espectador de su sueño dogmático. No es extraño que una película en la que aparece un cartel que dice: “Le temo más al gobierno que al terrorismo” no le esté yendo tan bien.

Entonces, el aspecto más rico del film, interesante del film, el, me parece este: cómo la pulsión que permite que el héroe realice este acto heroico, es también una pulsión controladora y violenta. Esta pulsión (que implica imponer su idea de bien allí dónde se ve el mal) es presentada en toda su crudeza, como algo casi enfermizo y completamente nocivo.

Esta neurosis es lo que le permite a Jewell encontrar, también, la bomba. Eastwood no ignora u oculta esto y es lo que genera, en gran medida, la ambivalencia del film, su tensión y su complejidad, su riqueza temática y formal. Así, por ejemplo, se nos muestra, en una vuelta de tuerca casi perversa, a Jewell dando rienda a su deseo controlador en las noches previas al atentado, al revisar mochilas que evidentemente no tienen nada.

Eastwood no crea un mundo en el que todo valga, simplemente analiza el origen de ciertas acciones “buenas” (nuestro personaje finalmente evita un atentado), mostrando que estas parecen tener el mismo origen que acciones no del todo nobles. Por otro lado el FBI consigue encontrar al culpable y no parece condenable que haga esto.

Finalmente,es interesante que el terrorista “real” haya realizado el atentado como una forma de manifestarse contra el aborto: ¿hay ejemplo más claro de alguien queriendo imponer su visión del bien sobre otros cuerpos?, ¿de alguien imponiéndose como justiciero? El film no menciona, ¡hélas!, esto, quizás para evitar la polémica. [3]

Sin dudas este desarrollo temático tan rico, matizado e interesante tiene origen, en gran medida, en las ideas libertarias del propio director (ideas que uno puede compartir o no, ese no es el punto). Sin embargo, estas ideas también dan origen a la parte menos interesante del film.

En efecto, cuando en su segunda parte, el film deja de lado el retrato de su  protagonista para centrarse en la lucha de Tom Shaw, el abogado de Jewell y un explícito libertario, contra el FBI este pierde gran parte de su riqueza, convirtiéndose en una lucha entre buenos y malos sin mayor complejidad. Así lo que la película se niega a hacer en la primera parte, crear un héroe, lo hace sin tapujos en la segunda en la figura del abogado, un personaje, aparte, sin ningún tipo de profundidad.

Este simplemente parece representar una idea, pero esta idea no genera gran interés dramático. El único momento en el que la película parece cuestionar la posición del abogado, generando cierta tensión, es cuando el propio Jewell le dice que él le quiere imponer una visión que no es la suya (esta desconfianza en contra del gobierno). La película no retoma o profundiza esta línea, sino que a penas la sobrevuela a la pasada. Eastwood parece demasiado cercano al personaje, parece estar demasiado encantado por sus ideas, como para no creer que estas se basten por sí mismas. (Evidentemente, no estamos aquí diciendo que una película no pueda crear un héroe, pero sí que este debería ser, por lo menos, interesante, y creo que este no es el caso).

Así la narrativa de esta segunda parte se centra en el “despertar” de Richard Jewell: de un estado de ingenuidad en el que sigue confiando en el FBI, pasa a tomar conciencia de que lo que estos hacen no está del todo bien. Esto bajo la tutela de Shaw, que hace que abra los ojos. Todo un bildungsroman. El problema es que nunca consideramos a Jewell como una persona capaz de tomar una decisión moral seria, una toma de partida coherente y razonada, ya que el film nunca muestra su desarrollo intelectual o  sentimental. Por esto cuando, con un leve travelling, Jewell cambia su posición esta decisión carece de peso.

Las ideas políticas “explicitas” (por llamarlas de alguna manera) de un director o de un film no son lo esencial de este, es decir, no nos podemos basar en estas para juzgar su valor. Lo importante es ver hasta qué punto un director puede crear, con estas, una obra orgánica, con un desarrollo dramático (narrativo, formal, temático) inteligente, profundo y sensible. Ver hasta dónde puede llevarlas, sin traicionar, en el proceso, ni a sus personajes, ni a su material dramático; ver hasta qué punto estas no son un elemento exógeno que, como un virus, el director desearía imponer a su material, debilitándolo.

Como vimos, Eastwood logra crear, partiendo de su ideología liberal, por momentos un texto sumamente rico, llegando a las profundidades de su material, mientras que en otros no consigue ir más allá de la superficie de este. Así en sus peores partes el film se puede resumir con la frase antedicha: “Le temo más al gobierno que al terrorismo”, ¿pero qué es una obra de arte que se puede resumirse con un eslogan?

Se ha desacreditado, también, al film por el retrato que hace de Olivia Wilde, inescrupulosa periodista que da la primicia que el FBI investiga a Jewell como sospechoso del atentado. En el film la periodista se acuesta con uno de los agentes del FBI  para conseguir dicha información y esto es falso, es decir no sucedió realmente. Evidentemente la discusión de hasta qué punto un film basado en hechos verídicos puede tomarse libertades con respecto a estos hechos da para una larga discusión; creo que aquí, sin embargo, el problema no es que en el film la periodista se acueste con el agente traicionando así la realidad (al fin y al cabo estamos ante una ficción con sus propias reglas), el problema, es que se trata de un personaje poco logrado, desdibujado, con una trayectoria poco convincente.

En efecto, el film parece culpabilizarla por la falta de ética de los medios, personalizando así un problema más general que, como vimos, en otras ocasiones se trata de manera mucho más profunda (una sociedad dominada por los medios, en la que todo parece jugarse en estos, medios que alimentan a un público sediento de narrativas heroicas). Se la señala así con un dedo acusatorio (sí, también en la polémica escena y creo que es por esto que no “funciona”), moralizante, lo que parece ir en contra, justamente, de las aspectos más interesante del film, creando un personaje unifacético. Su única evolución es mostrarse arrepentida frente a nuestro héroe en un plano que parece puesto más por necesidad de cerrar un hilo narrativo que por desarrollo orgánico. A Eastwood no parece importarle demasiado este personaje.

En fin, una película más compleja y profunda de lo que puede parecer a primera vista, y que, sin carecer de imperfecciones, es un agregado más que interesante a la filmografía de uno de los directores vivos más importantes.


[1] En efecto, uno de los problemas del cine hollywoodense contemporáneo parece ser que, al querer enfatizar cada momento, no termina enfatizando, finalmente, nada; como esos estudiantes que subrayan la mayoría de los apuntes y  termina sobresaliendo más lo que no está subrayado que lo que sí lo está.

[2] No nos vamos a poner aquí a analizar la filmografía de Eastwood, pero es extraño que se lo describa como un  director que hace retratos  idealizados de Estados Unidos y sus héroes: sus mejores películas suelen ser sumamente pesimistas y obscuras.

[3]Mientras asistimos a una escalada bélica protagonizada, nuevamente, por los Estados Unidos, que no parece querer dejar de lado su papel de policía mundial, una crítica a las instituciones de dicho país y una deconstrucción de la figura del vigilante o justiciero, no pueden ser más que bienvenidas.

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