Junior es un niño que con su sensibilidad ha superado su entorno.
A su madre la acaban de echar del trabajo como vigilante de una empresa tercerizada y debe hacerse cargo de él y de su hermano pequeño. Su abuela quiere quedarse con él para que la cuide porque ya esta muy vieja, pero Junior solo piensa en su gran deseo: tener el pelo liso porque según él, tiene el pelo malo.
A Junior le gusta cantar en el ómnibus, mirar a la gente y se quiere sacarse una foto vestido de cantante y no de militar (como es común); Y a veces cuando se cruza con sus vecinos y los ve bailando breakdance como machotes, él prefiere balancear los brazos con otro estilo.
Esto hace que su madre se enoje brutalmente con él , y como él no entiende la razón tiene la gran preocupación de que su madre no lo quiera.
Un poco es el retrato de la niñez, de sus juegos, de su forma de hablar, y de su expresión más grande: el porque sí.
Pero hay algo en Junior mucho más grande que un niño; su familia, sus vecinos, su barrio repleto de cemento con inmensos e interminables bloques de viviendas.
Ver Pelo Malo es ver una película que cuenta mucho más de lo que explícitamente muestra.
Niños que nacen ya condenados a ser grandes como reflejo de un mundo complejo no es para el cine una novedad, ya lo han hecho el neorrealismo italiano, la nouvelle vague y el nuevo cine latinoamericano. Junior se puede asemejar a Edumund de Alemania año cero (Roberto Rosselini, 1948) a Antoine de Los cuatrocientos golpes (Truffaut, 1959) a Bruno de El ladrón del bicicletas (Victorio DeSica, 1948), a los niños de Pelota de trapo de (Leopoldo Torres Ríos, 1948) o Ana de Cría Cuervos (Carlos Saura, 1976).
Estas son películas que plantean que el verdadero conflicto de los problemas que se explicitan en la pantalla están mucho más allá, en un lugar intangible, que para el cine inclusive excede la idea macro de conflicto social.
Es este lugar donde muchas veces se cuenta desde la ausencia, de lo que no está, de lo que falta desesperadamente, porque cuando la madre de Junior lo hace bailar con violencia porque cree que él baila como un maricón, no hay más nada que decir. Como tampoco hay nada para explicar cuando en otro momento de baile, Junior y su abuela recuerdan a Henry Stephen, actor y cantante venezolano que impulsó el rock en el país, moviéndose al ritmo de Mi limón mi limonero.
Su directora, Mariana Rondón, se enfrenta a este tipo de conflicto imprimiendo en el tiempo la sensibilidad del recuerdo. Junior es un niño de unos 8, 10 años pero trae consigo el recuerdo de una ciudad cuyos edificios tienen, para él y su vecina, forma de tablero de juego. La presencia de un régimen político que hace que las personas se rapen por su prosperidad, como le muestra la tele. El recuerdo de una madre cansada que llega a casa amargada. El recuerdo de todo niño que seguramente más de una vez se miró al espejo y soñó con ser el más bello, el mejor cantante, el del mejor pelo.
Imprimir el recuerdo a través de la ausencia es algo que el cine latinoamericano siempre supo manejar con solidez. El recuerdo como el gesto noble de hacer aparecer las costumbres así, de costado, como parte de la construcción de ese escenario donde el conflicto fluye pintando por aquí y por allá.
Pelo Malo, dentro de su tipo, es particular. Es particular en la medida que no descansa en la idea falsa de oponer el mundo de los niños con el de los grandes. Consciente de que esta distancia termina proyectando a los niños como ciegas víctimas de lo que pasa en el mundo. Junior no es víctima de nada; porque incluso si se lo acusara de serlo, sería algo que no le importaría en lo más mínimo.
Es un niño contestatario, que sabe lo que quiere. Este personaje hace posible otro universo un poco más honesto donde tanto en el mundo adulto como en el de los niños los problemas son puros y duros.
En el amor encarnado entre una madre triste y un niño con dignidad, Junior desea tener el pelo lacio y no hay vuelta que darle, y su madre no tiene trabajo y eso tampoco tiene vuelta.
