A favor de: Las Toninas Van al Este (2016)

Hace un tiempo, con motivo del estreno de Los Enemigos del Dolor (2014), un amigo amante del cine, planteaba que la película buscaba representar un Montevideo de los años ’80. Más que un Montevideo la película parecía querer representar un lugar impreciso, una ciudad brumosa, vacía y extraña, más parecida a un sitio de fábula que a nuestra capital. Defendí que usar la Ciudad Vieja o la rambla sur como escenario para crearla no significaba estar refiriendo a Montevideo. No hay que ser de Montevideo para entender Los Enemigos del Dolor.

Otro amigo, con motivo del mismo estreno, le reprochaba a la película que nadie sacaría sus propios objetos de un bolso para observarlos; es decir, que el personaje los estaba observando para la cámara y, al fin y al cabo, para el espectador. Le importaba menos qué objetos sacaba,  y qué importancia tenían para la trama, que escudriñar la acción en términos de verosimilitud y plausibilidad. «Seamos lógicos: si se quiere analizar todo y construir todo en términos de plausibilidad y verosimilitud, ningún guión de ficción resistiría este análisis y sólo se podría hacer una cosa: documentales», le decía Hitochcock a Truffaut.

El cine de ficción exige un pacto que pocos uruguayos parecen dispuestos a hacer con las películas. Queremos cine de ficción pero a su vez queremos que cada aspecto abordado nos respete (o represente) en nuestra particularidad y a su vez represente a una generalidad. Representar un homosexual en el cine uruguayo parece significar, ipso facto, representar la homosexualidad. Esto no es nuevo: «los uruguayos no somos todos tristes», «los jóvenes no están todos al pedo». Le seguimos pidiendo a las películas uruguayas que trasciendan la voluntad de quien las crea y que atiendan intereses particulares de espectadores-críticos que esperan sentados en una butaca que alguien haga por ellos una película imaginaria específica. Pocos miran la obra en sí, atendiendo a las reglas que ella nos propone.

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Jorge Denevi y Verónica Perrota en una escena de Las Toninas van al Este (2016).

Tomemos la polémica actuación de Denevi. Nos ofendemos porque no todos los homosexuales son unas mariconas histéricas con la muñeca quebrada. Nos molestamos porque preferimos lo sutil a lo histriónico o porque la actuación no es creíble y realista. No atendemos, al fin y al cabo, a la función que cumple esa actuación en la construcción del personaje, a cómo aporta a la puesta en evidencia de sus matices y dobleces y cómo, al fin y al cabo, es vehículo de humor y emoción. No se atiende, por ejemplo, a cuándo es que la loca aparece y cuando deja lugar a otra actitud: el borracho pedófilo, el abuelo baboso, el padre sincero. La penumbra y el montaje riguroso (en la presentación del personaje), o la puesta de cámara y el eje de acción (en la escena de la parrillada), o el movimiento de la cámara (cuando descubre que su hija está de visita) son elementos que acompañan esa interpretación y la contienen, dándole una cadencia, un ritmo y una curva dramática muy específica, muy clara; sólo hay que querer verla. Una curva que va desdoblando facetas, como si el personaje cambiara. El cine es un arte de contrastes, de choque, de yuxtaposición, de montaje, y el personaje de Miguel Ángel García Mazziotti revela su esencia allí.

Y con ella, el personaje de Virginia (Verónica Perrotta), como su versión 2.0. Digna heredera de sus genes, Virginia lleva la mentira hasta un extremo más zarpado y con fines mucho menos racionales. Cuando Virginia termina de revelarse, Mazziotti parece un bebé de pecho. El padre justifica el comportamiento de su hija y el giro más importante de la trama, la mentira más jodida y retorcida, que por predecible no pierde el vigor de cuanto revela: el comportamiento ya patológico de ella. Como bien nos da a entender el personaje más sensato de la película (Darío, interpretado por Gonzalo Delgado), padre e hija están enfermos. Esto no le impide  a Darío seguir queriéndola. Y ahí está lo más hermoso de toda la película: porque a pesar de la farsa que se construyen a sí mismos, a pesar de las inescrupulosas mentiras que no dejan de decirse, entre ellos tres se termina revelando un amor honesto y una fidelidad inquebrantable.

Entonces se termina de comprender esa disyuntiva entre lo «verdadero» y lo «falso» que se hacía evidente en el comienzo de la película, dentro de esa clase de guardería (que parece registrada en plan documental) donde el gesto «verdadero» de los niños se contrapone con la interpretación «ficticia» de Perrotta como su maestra.

Porque como en el mejor cine de comedia, acá la mentira es un vehículo gracioso y ridículo para representar una verdad. Una verdad que no es propia de todos los uruguayos, ni todos los homosexuales, sino propia de estos personajes. Personajes que, ahora que lo pienso, se parecen mucho en el fondo a algunas personas que conozco.

Gonzalo Delgado (Darío) y Verónica Perrotta (Valentina) en una escena de la película.

Gonzalo Delgado (Darío) y Virginia Perrotta (Valentina) en una escena de la película.

Duración: 83 min | Año: 2016 | País: Uruguay, Argentina, Alemania | Dirección, Guión y Producción: Verónica Perrotta y Gonzalo Delgado | Elenco: Verónica Perrotta, Jorge Denevi, Gonzalo Delgado, Catherina Pascale, Adriana da Silva, Fernando Amaral, Pablo Albertoni, Carolina Besuievsky y Heber Vera. Con la participación especial de César Troncoso. | Productora Asociada: Micaela Solé | Dirección de Fotografía: Arauco Hernández |Dirección de Arte: Nicole Davrieux y Alejandro Castiglioni | Música: Maximiliano Silveira | Edición: Andrés Tambornino y Pablo Riera |Asistente de Dirección: Sergio de León | Sonido: Daniel Yafalian

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