#2 ¡HUYE! (2017)

El Discreto Encanto de la Progresía

En una de esas largas y conversadas escenas que tanto le gustan a Quentin Tarantino, su personaje Calvin J. Candie (Leonaro DiCaprio en Django sin cadenas) interrumpe la cena que está celebrando en su mansión sureña y racista y aprieta con su mano el cráneo del cadáver de un viejo esclavo de la familia; entonces levanta la vista y, sin dejar de sostenerlo, pregunta al resto de los comensales por qué será que los negros no matan a los blancos de una buena vez. Las oportunidades sobran, dice Calvin. El hombre que fue alguna vez dueño de ese cráneo solía poner, todos los días y durante más de cuarenta años, una navaja afilada en el cuello de su amo -que lo hacía trabajar de sol a sol y no le daba nada a cambio- pero ni un solo día se le ocurrió dejar la barba de lado y abrirle la garganta de un tajo. La respuesta, dice Calvin, es que los negros son seres naturalmente obedientes.

Las similitudes de Get Out (2017), de Jordan Peele, con Django, son más estructurales que estéticas o anecdóticas. Un negro debe ir a la casa de campo de unos blancos millonarios y esto supone el encuentro de dos mundos radicalmente opuestos. El encuentro solo se produce porque una parte está engañando a la otra y quiere extraer algo de ella. La casa esta aislada de la civilización y el personal de servicio está compuesto exclusivamente por negros obedientes. Ambas trabajan el problema de la ideología (entendida como «falsa consciencia») como mecanismo de dominación. Si en Django la imagen del «negro blanco» era la de Stephen, una hombre a quien habían arrebatado (simbólicamente) la consciencia para poner en su lugar la de su dominador, aquí ocurre algo muy similar con el personal de servicio, con la diferencia de que la representación del funcionamiento de la ideología es mucho más, digámosle, explícita.

Get Out es una película de terror. Pero también es suspenso, es triller, es comedia y es ese sub-género -pero muy cultivado por el cine actual de Hollywood- que podríamos denominar de «venganza sangrienta». En pocas palabras, es cine clase B.

La primera hora sugiere que estamos ante una suerte de terror oscuro, problemático; un terror que emerge más del subconsciente, la paranoia o la incomprensión de los fenómenos que nos rodean más que del mundo exterior o de amenazas reales. En este registro la película funciona muy bien y asusta. La trama se va cocinando a fuego lento y uno puede saborear el aroma de lo que se viene.

Ocurre que al llegar al punto de cocción, la comida se pasa. Es que cuando alguien lo explica, el terror se diluye… y aquí se explica demasiado. Encima, la explicación se adorna de reflexiones filosóficas sobre Dios, el sentido de la vida y la mar en coche. Agotado el horror, Get Out pasa a ser una comedia con sketches.

El subtexto político es menos evidente de lo que parece. O sea, es fácil darse cuenta de que alude a la violencia racial sistemática ejercida contra las negros en Estados Unidos, pero no es tan claro de qué tipo de racismo está hablando. En la representación del mal radica la originalidad de la propuesta. Esos «blancos malos» no son pobres y sub-educados habitantes de pueblos decadentes al estilo True Detective; tampoco son hacendados sureños que recuerdan con nostalgia los tiempos de la esclavitud. Por el contrario, el mal está personificado en profesionales progresistas culposos, gente de mente abierta que se ríe socarronamente de los pobres diablos que siguen profesando prejuicios racistas, blancos cultos de izquierda desesperados por mostrar que están ‘del otro lado’ con frases del tipo «me quedé con las ganas de volver a votar a Obama», pero que viven con un manifiesto sentimiento de culpa su pertenencia a los círculos más privilegiados de la sociedad.

Pero la culpa no es patrimonio de los blancos. Chris (Daniel Kaluuya), el protagonista, se incómoda de inmediato cuando constata que en la casa hay otros negros pero que solo él está ocupando un lugar simbólicamente reservado a los blancos. O sea, en vez cortar leña o limpiar las habitaciones, se acuesta con la princesa de la familia y disfruta de las comodidades que le regala el involucramiento con la alta burguesía, pero al mismo tiempo teme que ese defasaje, ese «estar en un lugar que no me corresponde», lo transforme, lo blanqueé culturalmente y deba pagar por ello. Esta dimensión del personaje está bien construida durante su conversación con Walter (Marcus Henderson), el jardinero; Chris imposta el tono, habla y gesticula como si estuviera en una película de Spike Lee, exagera sus rasgos, apela a una una empatía que, supone, debería existir por el solo hecho de que ambos comparten un color de piel. Walter le responde de una forma que, en términos de truco, podría significar «vale cuatro». Y Chris se va al mazo.

Get Out no es una gran película y es probable que las muy buenas críticas que viene cosechando en Estados Unidos se deban mucho más a la corrección política de su mensaje que a sus cualidades estéticas. Las vueltas de tuerca se ven venir y a partir de la mitad el montaje es torpe y apurado. Es una buena premisa que se agota. Pero el espectador que se entregue con la guardia baja se va asustar y se va a reír. Y el desenlace, con dejos del Charles Bronson de Death Wish, es una placer.

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1 comentario

  • Rizog dice:

    Increíble manejo de muchas cosas, no se si de buena manera, pero se busca abarcar bastante, con intenciones de temas muy fuertes, científicos, sociales, paradójicos a veces, que son delicados y ambiguos. Saludos desde Venezuela invitándolos a visitar

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