Acá no pasa nada

El formato “serie televisiva” ofrece al menos un elemento que lo diferencia del cine: su carácter episódico. La coherencia o integridad formal, narrativa y/o temática que le pedimos a una película acá está delimitada por capítulos, lo que permite en ocasiones detenerse en sucesos nulos del argumento global y profundizar en, por ejemplo, una cualidad, un giro o un estado emocional de los personaje. En esos casos, la historia general de la serie casi no avanza, pero algo nuevo y profundo del mundo interno del personaje se nos revela. Un ejemplo clarísimo y alucinante es el décimo capítulo en la 3ra temporada de Breaking Bad: ‘Fly’ (‘Mosca’).

El primer capítulo de REC da a pensar que Matías Ganz y Rodrigo Lappado eran muy consciente de esta posibilidad del formato cuando lo escribieron y que lo explotan a su manera. En términos narrativos, o sea de hacer avanzar una historia -como le gustaría al gurú del guión, Syd Field-, “no pasa nada” en este arranque de la serie. Nada viene a “cambiar la realidad del personaje”, los sucesos que se anuncian terminan fallando: los pibes no entran al boliche; Seba, el protagonista, no le escribe a la chica que le gusta. No es algo nuevo en nuestra cinematografía. 25 Watts, como reconocieron Rebella y Stoll, jugaba con esta idea.

Obvio: en el fondo pasan cosas; sólo que no son tan claras como un plot-point. La clave, en ambos casos, parece ser entregarse a la atmósfera, a lo orgánico que une esos sucesos fallidos para percibir el mundillo en el que nos estamos metiendo y que los personajes recorren. En el caso de REC, entregarse a la cuidada presentación de los espacios, personajes y objetos que dan cuenta de una sensibilidad (una mirada) inocente, curiosa, que filma sin saber muy bien por qué. Abrir ese canal es la clave.

foto de la serie uruguaya REC

Entonces aparece al menos un elemento que determina la atmósfera de todo este primer episodio: la aislación. El hermano que lo echa a amenzas, la hermana que le dice, mientras se pinta las uñas, que “si no le gusta no la mire”, la madre que le pide que se vaya. Esa burbuja individual se amplía cuando sale a menejar con el padre, uno de los momentos más graciosos del capítulo (donde el protagonista no hace más que cometer errores y pedir perdón). Ahí se introduce el barrio (Carrasco), un idilio de pinos y casonas, y se contrasta con otro barrio (Pocitos), donde aparecen unos jóvenes limpia-vidrios a los que el padre les cierra el vidrio en la cara y les escapa derrapando ni bien cambia el semáforo. No es casual que un instante antes el padre le hablara de las ventajas (individuales y aislantes) de manejarse en auto. Todo esto se concreta con la reunión (fallida) con los amigos, donde el Gordo (genial) juega a un videojuego -y termina rajando a Seba cuando lo interrumpe- y “el mexicano”, que está fascinado frente al espejo con su propio reflejo.

Así se construye una atmósfera general semejante a la de un sábado aburrido y solitario en el Montevideo de la adolescencia. Es una introducción a un personaje, una familia y una ciudad, a los que (supuestamente) no les pasan cosas. Pero por lo bajo (muy abajo) se palpita un conflicto, algo trunco, sórdido y hasta ominoso, que se avecina.

Ganz y Lappado parecen preocupados por ese mundo idílico de la adolescencia (sobre)protegida, por la distancia entre esa burbuja y las miserias que se ven afuera, por la dificultad de interacción, por lo que late debajo de un estaticismo aparente y por la comedia burguesa montevideana que todo eso representa. Están los amigos, sí, como en 25 Watts. Por eso la referencia al ya icónico plano de los tres pibes sentados en el muro aparece en este episodio. Ellos se quieren, hay química y por eso vivirán aventuras juntos… pero no esta noche. Hoy, con el coletazo de una salida que fracasó, en una rambla desierta, se sientan a esperar que pase el tiempo y muera la noche.

Al final Seba se va solo, en un ómnibus sacado de un relato de ciencia ficción, desde donde se puede ver, afuera, algunas miserias que le preocupan pero trascienden a su burbuja (el zoom al pibe durmiendo en la calle). Y es allí, también, donde se termina de definir lo que vimos y lo que estamos por ver: un adolescente que se filma mientras (le) pasan cosas, mientras el tiempo pasa, mientras se hace adulto, en una familia aislada, en una ciudad (Montevideo) fracturada, donde no se puede apoyar los pies en el asiento y donde filmar no está bien visto.

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