EN CONTRA DE: EL CANDIDATO (2016)

Con motivo del estreno en Netflix, repasamos El Candidato (2016), segunda película de Daniel Hendler. Por acá podés leer nuestra crítica A FAVOR.


Muchos han señalado que la segunda película escrita y dirigida por Daniel Hendler propone una visión sobre la política actual y sus procedimientos. Para eso pone en el centro de la historia a un multimillonario, Martin Marchand, que aspira a lanzar su carrera como político, para lo cual deberá lidiar con un grupo de especialistas y colaboradores.

La alusión al presidente de los argentinos es clara. Se trata de un hombre ya hecho, exitoso empresario, hijo de una familia adinerada, sin pasado político y con ganas de aprovechar la oportunidad de desmarcarse de la sombra de su padre. Sin embargo parece demasiado ambicioso marcar con esto alguna intención seria de reflexionar sobre el asunto. Tampoco se trata del estereotipo de político universal, sino más bien de un modelo más local, de por acá nomas.

La historia se centra entonces en los deseos de un magnate por convertirse en el candidato político al que alude el título. Aislado en un castillo en el medio del campo, junto a un mayordomo pretendidamente gracioso y enigmático, llevan a cabo una reunión con especialistas para delinear la estrategia comunicacional. La misma debe comenzar de cero, y es ésta situación la que despliega una serie de situaciones, en las que se pone de manifiesto la liviandad y lo antojadizo de muchas decisiones supuestamente claves para el éxito electoral.

No hay referencias claras sobre el contexto social, geográfico o temporal en que se desarrolla, aportando así un grado de abstracción al planteo, que va en consonancia con el retaceo constante de información en pos de un giro inesperado, con las actuaciones que se mueven siempre dentro de una neutralidad que con los minutos exaspera.

Ningún personaje es capaz de exponer una idea clara sobre lo que piensa, ya sea políticamente o sobre cualquier otra cosa. La interacción entre los colaboradores es fragmentada e inconexa. Es más, los creativos del grupo no pronuncian casi palabra, una de las humoradas subrepticias que funciona bien. Ésta y otras circunstancias denuncian la vacuidad y hasta cierta tilinguería de quienes manejan estos menesteres, pero todo se termina ahí, no hay más que subrayados sobre esa misma idea -igual a la búsqueda del árbol que identificara a Martin-, dando por tierra con cualquier oportunidad de reflexión más aguda.

El tono elegido para el relato es el de una comedia jugada al absurdo, que de a poco va mostrando claroscuros y comienza a sumar elementos de un thriller para inclinarse hacia un clima inquietante. Un par de giros dramáticos más las idas y vueltas de los personajes terminan diluyéndolo todo, conspirando así contra la posible fuerza, aunque sea simbólica, de lo expuesto.

El transcurso de las horas se sucede entre reuniones del candidato y su grupo de colaboradores, las interacciones entre estos y los frecuentes cruces entre todos dentro de la mansión, hilvanando así una narración de tipo coral, que recuerda mucho a la entrañable obra de Francois Truffaut, La Noche Americana (1973). Más allá del candidato, interpretado por Diego de Paula, el film reparte protagonismo entre varios actores conocidos de las dos márgenes del Rio Uruguay, como la también directora y esposa de Hendler, Ana Katz, Fernando Amaral, Roberto Suárez o Verónica Llinas, entre otros.

Verónica Llinás

La introducción de un tema de espionaje embarra bastante la cancha y hace aún más caprichoso y desconcertante todo lo que sucede. La relación que se establece entre el candidato y el joven diseñador, Mateo, toma peso propio en el relato a través de una actitud casi paternal que exhibe Martin hacia el joven. Lo que suponía una intención de exponer las diferencias notables entre ambos, que van más allá de lo generacional, termina siendo otro cumulo de situaciones absurdas que intentan con diálogos ocurrentes, evidenciar la distancia que separa al candidato de lo que podría ser la gente común. Pero el joven que interpreta a Mateo esta muy lejos de absorber el papel que tímidamente parece poner en tela de juicio parte del delirio que gobierna todo. Sea porque es en realidad un actor no profesional o porque la dirección de actores se muestra ausente, Matías Singer no tiene la natural atracción de la cámara y tampoco logra, con una supuesta frescura improvisada, acercarse al caso de los habituales trabajos de Hendler como actor, al que parece emular.

Un factor decisivo por el cual la puesta en escena de tipo coral no funciona, es por el nivel modesto de las actuaciones que además se presenta muy desparejo. El Martin interpretado por De Paula se va perdiendo en sus vacilaciones y dislates, intentando remarcar la carencia de ideas firmes y de una verdadera vocación de servicio público. Quien más se destaca es Alan Sabbagh, la mano derecha y asesor de redes sociales de Martin, que compone acertadamente a un empleado fiel y neurótico. Cesar Troncoso se aleja de sus manierismos habituales y acierta en la construcción de un asesor que se las sabe todas pero sin histrionismos. El resto cae en los eternos problemas rioplatenses del recitado de parlamentos y el confundir economía gestual con anemia actoral.

La casona y su vasto campo alrededor, sobre todo en exteriores, cumplen con lo buscado: sensación de poder y aislamiento. Que junto a la fauna y flora del lugar aportan cierta melancolía bucólica. Muy distinto es todo en el interior de la mansión, salvo en la sala donde se reúnen todos, el resto, parece haberse filmado faltando pocas horas para que tuvieran que abandonar el lugar. Nunca es verosímil lo que sucede ahí, la ficción jamás se apodera del lugar.

Matías Singer y Alan Sabbagh

Hay una forzada búsqueda por un humor que parezca involuntario, pero que le exige demasiada complicidad al espectador como para soportar algunas escenas gratuitas y malogradas, como la presentación del sonidista y el diseñador gráfico ante el amo de llaves de la finca.

La película se enreda en su propia indefinición. No va más allá de un simple planteamiento de situación, el espectador debe completar todo lo que falta, que es mucho.

El mayor acierto es sin dudas la elaborada banda de sonido del film, a quien se debe en gran parte la creación de climas, siendo lo que da consistencia en el camino hacia un final incierto. La utilización del sonido ambiente con énfasis en los pájaros del lugar, superpuestos con diferentes líneas de dialogo, encuentran momentos de lucidez.

A partir de la década de 1990 el antropólogo Marc Augé impuso el concepto del no lugar, entendido como un sitio estrictamente contemporáneo en el cual no se dan relaciones de importancia entre las personas, ya que se trata de lugares de paso en los que cuesta interactuar de forma personal y natural. Las interacciones se dan en un nivel superficial, casi anónimo. Se trata de lugares circunstanciales y la experiencia se desvanece al instante. Estas condiciones aplican a El Candidato, narrativa y dramáticamente estanco: es solo un tiempo de espera hasta el próximo movimiento, es un no lugar/film, impersonal, falto de identidad y pasajero.


 

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