LA LIGEREZA DEL PESO PLOMO

Los cortometrajes de Carlos Morelli

Decidimos culminar la cobertura de Mi Mundial con un repaso a algunos de los cortometrajes del director Carlos Morelli. Estos representan cambios estéticos y temáticos en la obra del realizador, y también en las expectativas y el contexto del cine nacional, de principios de los 2000s al hoy en día.


En los 16 años de cortometrajista, Carlos Morelli definió una obra concisa pero insatisfactoria. Virtuosa pero común, ingeniosa pero no inteligente. Sus cortos son un poco como el rock uruguayo de fines de los 90s. Son saludados por su profesionalidad, por “sonar mejor”, aunque en última instancia se trataba de productos un tanto intragables. En el caso de Morelli, en el contexto del cine uruguayo que venía del videofilm y recién estaba llegando a una especie de grado 0 con 25 Watts, del 2001, mismo año de su primer corto, se trataba justamente de que “filma bien”, o, mejor dicho, “filma bien según los criterios de una escuela de cine”.

En dos de sus primeros cortometrajes, Un Hombre Feliz (2001) y Breve Historia de cómo se conocieron y se enamoraron un hombre y una mujer (2004), Morelli ensaya un registro que no continuará con el resto de su obra. Aunque se diferencian en su ligereza y hasta luminosidad, ambos cortos son muy ambiciosos, y  muy influidos por todos los gestos cinematográficos de moda de principio de los 2000s y fines de los 90s. En Un hombre feliz, la narración en tercera persona, así como el constante quiebre espacio-temporal, la distancia irónica a través de escenografías artificiosas, o incluso el guiño a la secuencia de créditos inicial de The Matrix (1999) son en última instancia chistes dignos de la época en que el corto fue realizado. Un hombre feliz pudo parecer novedosa en ese entonces, pero ahora mismo solo resulta afectada, condenada a envejecer mal.

Breve Historia…sufre un poco de lo mismo. A través de una pantalla dividida seguimos dos casi historias. Digo casi historias porque en última instancia nada sucede en ninguna de ellas. En una hay un hombre conduciendo, en la otra una mujer saliendo de su apartamento. Ambos son seguidos en virtuosos y elaborados planos secuencia. La táctica recuerda a Time Code (2000), el fallido experimento de Mike Figgs, que intentó hacer una película con la pantalla dividida en cuatro. En ese entonces un crítico de Film Comment dijo, con cierta crueldad, que Figgs no puede sostener una imagen, menos que menos cuatro. Morelli puede sostener una imagen y de hecho quiere que lo sepamos. El problema es que quizás no logre sostener los tiempos de esos planos y en última instancia, Breve Historia termina volviéndose un chiste demasiado largo con un remate un poco obvio.

El rebusque estético de sus dos primeros trabajos fue dejado completamente de lado en La última noche en la tierra de Esther Piscore (2006), que de alguna manera es el lugar dónde Morelli parece haberse sentido más cómodo y que presenta todas las características que continuarán apareciendo en su obra como cortometrajista. Una puesta en escena prolija, con gran atención al sonido, uso del plano secuencia, una narración marcadamente clásica, historias breves con matices sórdidos. El personaje del título decide suicidarse tras la pérdida de varios familiares, pero quiere darse una especie de despedida alegre contratando como acompañante a un chico que dice ser bailarín profesional. Más allá de la descripción argumental, no hay nada de humor en La última noche…, a menos que este venga del patetismo que inspiran sus personajes principales, a los cuales Morelli parece mirar con una distancia fría, entomológica, cercana al desprecio. El corto está dedicado a la memoria de Juan Pablo Rebella, y es un poco una malinterpretación de Whisky (2004). Está la grisura, está la tristeza, pero también hay una confusión entre solemnidad y profundidad que continuará en todos los cortometrajes que Morelli realizará desde ese entonces.

Una escena de Monstruo (2011)

Warisover (2010) es quizás el más modesto y discreto de sus cortos, y también el mejor del conjunto, más allá del efectismo del final dónde un golpe bajo es usado como vuelta de tuerca. La conversación telefónica entre un soldado renuente a volver a casa y su madre que lo espera es una obra pequeña, sobria y elegante, más allá de su academicismo y convencionalidad. No se puede decir lo mismo de Monstruo (2011). Aquí todos los males que se veían anunciando en los cortometrajes anteriores están elevados a la enésima potencia. Básicamente una película de guión, o una especie de boceto de largometraje nunca hecho, Monstruo funciona como una especie de thriller con enfermo de cáncer salvado del suicidio por padre de un niño con una enfermedad congénita para que lo desconecte de la máquina que lo mantiene con vida. El problema no es la truculencia de la trama, sino más bien la intención detrás de la misma. Hay bastante de moralismo básico, de “lección de vida” en Monstruo. Morelli quiere decirnos algo, dar un mensaje. El problema es que se trata más de una frase gastada o una filosofía de sobremesa que de algo revelador o relevante.

Su último cortometraje hasta el momento, Dile que quiero verlo (2014) recorre varios de los mismos ambientes y tópicos que Monstruo con un poco más de suerte. Los interiores aborratados, los lugares lúgubres, y sobre todo un énfasis en las historias familiares, en especial en la relación padre-hijo, los unen. También los une su uso de clichés sentimentales, su necesidad de recalcar mensajes. Pero ese universo violento dónde sobrevive a duras penas la ternura paterno-filial parece más justificado, mejor explorado que en Monstruo. Quizás porque su excusa argumental es más coherente, más concisa, con menos necesidad de abarcar muchas ideas al mismo tiempo.

El cine de Morelli es, en estos seis cortometrajes, un cine prolijo y profesional. Es, en definitiva, un cineasta competente, académico, consciente de su virtuosismo, correcto, un poco inflado de importancia, con una estética oscura que se imagina a sí misma como intrigante. Es, un poco, un cine hecho de plomo pero sin su peso.

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2 comentarios

  • Noctámbulo dice:

    Más allá del genuino interés que puede producir revisar la obra previa de un director ante un estreno, no deja de resultar extraño que se publique una nota sobre los cortometrajes de Carlos Morelli.

    Sobre todo teniendo en cuenta que no es una práctica común del sitio: en otros casos de estrenos recientes no se reseñaron los cortos de Marcelo Rabuñal, o de Federico Borgia y Guillermo Madeira, por ejemplo.

    Si la idea era tener un conocimiento cabal de la «corpus» de la obra de Morelli, no se justifica el recorte ya que se dejan afuera del análisis los trabajos documentales del director. Una decisión arbitraria que empobrece la nota, lo mismo que la inexplicable exclusión del cortometraje de ficción de 2002 «Alguien debe morir».

    La nota adolece de errores de información, como ignorar la influencia de «Ilha das Flores» el archiconocido cortometraje de Jorge Furtado en «Un hombre feliz» así como la también clara influencia de los trabajos de Spike Jonze y Michel Gondry en «Breve Historia de…»

    Estética de los 90, sin dudas, pero no Matrix.

    Estos desconocimientos hacen que la nota se pueble de opiniones de segunda mano; como cuando la dedicatoria a Juan Pablo Rebella en «La última noche…» se transforma en un pie para que el crítico infiera una «malinterpretación de Whisky», tal vez ignorando que Juan Pablo Rebella fue miembro del jurado que premió ese guión y que nunca vio el corto terminado.

    La nota ignora algunas cosas que se repiten en el imaginario del director como el uso central de la música como conductor de los relatos por sobre el diálogo, las coreografías, una espectacularidad manifiesta y una impronta muy cinéfila presente en todos sus trabajos.

    Lejos de ahondar en esos aspectos que saltan a la vista de cualquiera que vea las películas, la nota parece querer expresar algunas ideas que el propio crítico tenía aún antes de ver los cortos y que éstos no hacen más que confirmar.

    Así, esta crítica no es sobre la carrera de un director con el que no dialoga y parece más bien estar destinada a bordar la carrera del crítico que emite un veredicto final sobre Morelli en coincidencia con la critica escrita en este mismo sitio sobre la película «Mi Mundial».

    Es una lástima cuando una crítica habla más del crítico que de las películas, pero es peor cuando lo hace desde la ignorancia y se cae en «una filosofía de sobremesa» perdiendo la oportunidad de decir «algo revelador o relevante.» ¿La liviandad de la mala leche, tal vez?

    • Juan Andrés Belo dice:

      No siempre podemos hacer la cobertura de estrenos tal como quisiéramos, sea por tiempo o presupuesto o ambas. Eso nos lleva a ofrecer, a veces, coberturas distintas. Por otra parte, si bien es cierto que no habíamos repasado cortos de realizadores, también es cierto que ni Rabuñal, ni Borgia y Madeiro, ni quizá ningún otro realizador uruguayo tienen una carrera como cortometrajista semejante a la de Morelli. Además, el acceso a la obra de cortometraje no es siempre posible, incluso cuando la solicitamos. Muchas gracias por la lectura y el comentario. Saludos.

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