Cómo funcionan casi todas las cosas (2015)

La Película del Festival #6

Un desierto y una ruta que ya no es tan transitada. Seres que por allí caminan con áridas esperanzas de encontrar al culpable. Cruzar el desierto no es tarea fácil, menos con la agonía de la pérdida en la espalda. ¿Quién fue capaz? ¿Quién habría de hacerlo? Alguien en la tierra le ha hecho una promesa a la Difunta Correa y no ha cumplido. Así, esperando como quien espera a Dios, o por lo menos a alguno de sus santos, andan los personajes de Cómo funcionan casi todas las cosas, bajo el cielo de San Juan.

Un largo festejo que no ha podido darse por terminado a causa de la ausencia del más esperado invitado. Sus rostros nada deben aclarar sobre lo que sienten. No es tarea fácil cruzar el desierto, tampoco es fácil escapar, mucho menos preguntarse qué hacer esperando un brote de idea, si hasta por cuestiones naturales nada crece en él.

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El peso mítico del silencioso culpable no parece ser suficiente para explicar lo que hoy es real. Por lo pronto, la curiosidad sobre la mecánica de su propio motor ha mantenido vivos a los seres. Pero el encuentro de las grandes preguntas con las pequeñas, enloquece a las almas que vagan sin rumbo aguardando la respuesta y llorando su demora. Algunos se entristecen, otros se vuelven parte del paisaje adoptando la violencia pasiva de los picos montañosos. Mueren de rabia, otros decididamente se matan. Algunos no entienden nada y solo desean un perro, pero como Celina, existen los que deciden hacer algo más que llorar la pena. Joderse en aquel Dios que no solo ha tenido la poca cintura de no asistir a celebrar la esperanza, sino que además le tira la limosna de sus vecinos de vez en vez, cuando decide ambientar con su voz un casamiento en alguna de sus capillas. Celina decide ir en búsqueda de la única certeza que aún existe tomando el único camino que conoce; una ruta federal.

Cerca de 1840, Difunta Correa, Deolinda Correa o Dalinda Antonia Correa (depende el relato) atravesó el desierto de San Juan con su bebé en brazos intentando recuperar a su marido arrebatado por la guerra. Ésta muere, pero aún sin vida sigue dando de mamar a su hijo, quién gracias a tal milagro, sobrevive. Difunta Correa se transformó en una santa y en un mito por el impulso de resistencia como amante y como madre. Un impulso como el de Celina, como la forma primera de las cosas, reconociéndose sin manuales que expliquen el sin sentido que debe ser vivido. Un reconocimiento que quizás no nos lleve a Italia, pero sí al pueblo de al lado a encontrar a nuestra madre.

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Existe algo más que la ansiada felicidad de las almas en pena, y en San Juan algunas posturas parecen haberse liberado del mito de la esperanza hace ya tiempo. Un personaje explica que uno muere, y muere otro, y a veces hasta uno muere de tristeza por ese otro que ha muerto. Pero por lógica propia después de la muerte no hay vida, justamente porque de eso se trata morir. Y Celina, tristemente despierta, aclara que la felicidad no es algo que es, es algo que está, porque únicamente puede ser tomada de a ratos.

Gran opera prima de Fernando Salem, que haciendo honor a su protagonista transforma a la historia en una película que conmociona, como lo haría una mujer linda, compleja y con algo para decir.


 

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