Si uno busca en internet la palabra “fábula” la definición que le aparece es: narración breve, generalmente en prosa o verso, donde los personajes principales suelen ser animales o cosas inanimadas que actúan y hablan como seres humanos, con el objetivo de transmitir una enseñanza moral, a menudo expresada al final de la historia como una moraleja. Comúnmente la narrativa de la fábula va dirigida al público infantil, utilizando justamente esa posibilidad de lo fantástico en lo cotidiano para inculcar algún valor que muchas veces, se terminan quedando con los oyentes del cuento (decimos oyentes en vez de lectores, que también, porque estos cuentos comúnmente son narrados de padres a hijos, como una forma que esa enseñanza venga desde un lado más personal).
Durante el 2025 tuvimos dos películas estrenadas en salas uruguayas que tienen en su título la idea de la fábula: La fábula de la tortuga y la flor de Carolina Campo Lupo y Megalópolis de Francis Ford Coppola -si no la recuerdan en detalle, el subtítulo de la misma es “Megalópolis: una fábula”-. Películas que parecen distantes en sus notables diferencias (una es un documental hecho con una cámara de fácil acceso mientras que la otra una ficción gigante en escala) pero que tienen ciertas cosas que las emparentan (el ser proyectos que vienen de lo más profundo de sus cineastas), entre ellas, su idea de lo que significa la fábula.
En cuanto a la de Coppola, en ella se puede identificar que la idea de fábula no va relacionada con el mundo de ciencia ficción que ofrece, sino a lo que realmente le interesa al director. Teniendo en cuenta que él considera a este proyecto la película más importante de su carrera, en ella busca dejar una señal de esperanza para el futuro, al igual que lo hace el personaje de Catilina. Y esto lo hace ya no solo con todos los hechos que va ocurriendo en el guion, en su plano final o en la narración del personaje de Fishburne (símil a que nos esté contando un cuento), sino que enfáticamente en una placa final que le recuerda al espectador lo que debe jurar proteger, para así crear el mejor mañana posible.
Ahora, en cuanto a la de Carolina, si bien es un documental, la directora logra encontrar a través de su archivo una forma de concretar una fábula cinematográfica. Yendo por el lado de los animales, más allá del mencionado en el título, durante la película se puede encontrar distintos animales, destacando dos en especial: un pez y un pájaro. Arrancando por el pez, que funge como el elemento que caracteriza el primer plano, siendo este uno que se muere en la orilla. Si bien el uso que uno puede entender al inicio es sobre ya acentuar al espectador en una historia que va sobre la muerte (acompañado de una narración de la directora que dice sin tapujos que su amiga murió), en realidad tiene otro significado.
El pez vuelve a aparecer en el final, conformando una simetría que (como menciona la directora) habla de la muerte no como algo que ocurre y ya, sino como un ciclo natural sobre el que se vuelve -al igual que el nacimiento, como se demuestra en la escena siguiente al ver como Eliana intenta manejar la cámara-. Además, está la aparición del otro animal que es el pájaro blanco, símbolo asociado a la libertad, que aparece dibujado en una de las paredes de la casa de Eliana, y vuelve a verse cuando Carolina va al océano. Siendo otra forma que tiene la película de pensar esa idea respecto a la muerte.
Esto también se ve reflejado en su tono, siendo una película que no cae en el golpe bajo y que, si bien sabe que lo que está retratando es triste, la misma sabe cómo acercarse a su personaje y qué podemos aprender de todo esto. Siendo ese el momento en el que entra la idea de la enseñanza, con la misma directora poniendo en primer plano sus emociones, el cómo lidia con un tema así y el aprendizaje al que se llega. Ya sea transmitiendo de generación (madre a hijo) sentimientos como la tristeza o el entender la idea de un ciclo de vida como con ese pez en la playa.
