Que me muero, Gavilán

Es revelador ver hoy Historias de Fútbol (1997), primera película de Andrés Wood, y apreciarla en relación con su última película, Violeta se fue a los Cielos (2011). Historias de Fútbol es una película emparentada con Historias Mínimas (C.Sorín, 2002), con 25 Watts (Rebella-Stoll, 2001), en cuanto búsquedas de hacer cine (el que gusta y como fuera) mostrando lo que uno tiene alrededor. Wood mostraba ahí (en poco menos de hora y media) la compleja trama que rodea al fútbol en estas latitudes: la corrupción, la fantasía infantil, el machismo empedernido, los ribetes misóginos, y la pasión adolescente. De paso retrataba algunas puntas de la Chile profunda, “de segunda”, la que “se queda afuera del estadio”. La ilógica y poética crudeza de la realidad latinoamericana desborda el ojo durante Historias de Futbol -y el “alargue” resulta un remate genial: un episodio cinéfilo, que mezcla el Bergman más serio y el Berlanga más cómico, ambientado en una isla recóndita mientras Chile juega un partido del mundial, con un adolescente de Santiago, fanático, que se queda varado ahí, a merced de dos hermanas veteranas, castas y de luto.

Violeta se fue a los cielos es una bio-pic de Violeta Parra. Para los que no conocen a Parra está Wikipedia, pero vale decir que es como la Zitarrosa chilena. Honesta, profunda, comprometida con todas las personas; una artista que cantó, pintó y tejió “en chileno”. Mostrar a un personaje tan emblemático no es moco de pavo y exige, sobre todo, un respeto del que asuma la responsabilidad: en ella había un fervoroso ideal poético y de lucha (poética) cuya explotación comercial (¿acaso existe otro tipo de explotación?) es como mucho un sacrilegio y como poco una falta de respeto.

Si con algo estaba relacionada la poética de Violeta Parra era con el suelo que pisaba, es decir, con lo real o la realidad del ser chileno. Wood lo sabe y por eso se concentra en sus pasos y la sigue con una cámara en mano que simula lo documental. Pero lo hace con la misma nitidez paisajística que tiene Hacia Rutas Salvajes (S.Penn, 2007) o Diarios de Motocicleta (W.Salles, 2004). Construye así una Violeta estetizada, donde todo lo removedor del planteo original de ella se suplanta por un sucedáneo que permite digerirlo fácil, siguiendo cualquier manual de moral bien pensante. ”A la pobre india la mandan a comer a la cocina en esta fiesta de las clases altas, pero ella los insulta y se va. Qué hermoso ver pobres con dignidad.” Es desde ahí que no resulta casual que para representarla tomaran a Francisca Gavilán -que es una belleza- y la “afearan” con capas de maquillaje (siguiendo el modelo de “Betty la Fea”). En el fondo Violeta era hermosa.

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Hay un planteo conceptual o temático por parte de Wood: un ojo en plano detalle al principio y al final, que no se sabe de quién es; la fusión onírica del montaje, que emula al recuerdo, el cruce entre lo cantado (Gavilán) y lo que vive Violeta (suicidio). La idea de Wood parece ser que la percepción es la fuente del sentir artístico, pero en el círculo del ojo se puede ver (él lo muestra) una jaula: el artista vive atrapado en ese mundo interno, psíquico. Y muchas veces, como el caso de Parra, no puede escapar.

Mi problema con esta idea es que Violeta es mucho más que eso. Lo es. Era inmensa, no-delimitable, no definible como ese concepto que, para una ficción cualquiera, vale, pero para la película de Violeta Parra NO. No en alguien que asuma posta la responsablidad de mostrarla.

En determinado momento, durante la entrevista realizada en Argentina que se retoma varias veces en la narración, Violeta explica una obra donde una gallina representa al pueblo chileno y un gavilán al capitalismo que viene a apoderarse de él. Esa preocupación en ella, como en Zitarrosa, era inmensa. Wood ilustra el suceso de la gallina y el gavilán en cámara lenta, minutos antes del suicidio. Sugiere, así, que esa fuerza terrible y capitalista es en parte lo que mató a Violeta Parra (y quizá lo es). Pero lo que Wood no parece saber es que a él -y a su mostrar- también lo mató el gavilán. Su primera película, al lado de Violeta se fue a los Cielos, deja ver lo que se perdió (las montañas ya no son las mismas). Antes mostraba como un chileno, sin perra idea de qué iba a pasar con su obra (y si él llegaría a ser un Zamorano). Hoy, Wood es Zamorano.

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