NO RESPIRES (2016)

La Película de la Semana

La verosimilitud no es importante. Disculpen los fanáticos del clásico, pero es como cuando a John Ford le reprochaban que los indios no disparasen a los caballos de la diligencia; el maestro contestaba, mordaz, «If the Indians had done that, they would have stopped the picture» (si los indios hubiesen hecho eso, habrían detenido la película). No queremos que eso suceda, ¿verdad? Tampoco queremos que nos mientan, que nos digan que algo es importante cuando no lo es. ¿Qué es importante en No Respires? La emoción. Disponer las piezas, como en un juego, y ponerlas a interactuar de modo que el tiempo vuele, que uno se haga preguntas, se sorprenda, salte de la butaca y se retuerza de los nervios, el asco o la incomodidad. Cine de género, anclado en una tradición específica, y donde la verosimilitud es una de las licencias permitidas.

*** ESTA CRÍTICA CONTIENE SPOILERS ***

¿Es inverosímil que el ciego no se despierte cuando el perro ladra en un barrio desierto, cuando rompen el vidrio, cuando le entran al cuarto? Sí quizá lo es, pero es fundamental que así sea para activar la trama y disponer las piezas del juego. La gracia es dirigir la atención de forma que uno no piense en eso, que no sea importante. No tendría gracia que el ciego se despierte antes. Claro, hay que querer entrar en el juego. Del mismo modo, no es para nada verosímil que el ciego pretenda inseminar a su nueva rehén en la misma noche en que se le murió la anterior. Pero es un climax aterrador, asqueante, y con una extraña ambigüedad en el trasfondo.

Y ahí está lo mejor del asunto. Porque no es que esta gente logró hacer una película en Hollywood y hacerla de ellos, demostrando portar oficio y talento, dominio de la técnica, la narrativa, etc. Tampoco es por la ambigüedad que no suele existir en el cine que alcanza la cima del box-office estadounidense (en esta película todos son víctimas y victimarios, en varios sentidos). Lo mejor es, en realidad, que la película corre riesgos. Riesgo de que el climax sencillamente no funcione. Apuesto a que nadie estaba del todo seguro de que la escena del bester no fuese demasiado hasta que la vieron en montaje y anduvo. De hecho para muchos norteamericanos lo fue. Estoy suponiendo, sí, pero el riesgo era inmenso y el fiasco posible. «Sí, vamos a hacer un plano detalle del bester llenándose». «Ya sé, y que después se lo entierre en la boca». «Pucha, ¿no será demasiado?». «No sé». Es imposible saberlo, sino no se estaría corriendo un riesgo.

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Casi no hay sangre, no hay gore ni sexo explícito. Es algo peor, algo explícito pero a la vez sugerente. Un artilugio del arte que parece semen. Ok, no es verosímil que el Ciego tenga semen listo en una nevera para inseminar gente… ¡No importa! Es coherente con el juego que la película propone, donde nuevas puertas se abren y revelan nuevos elementos. Una provocación a la que un yankee mainstream difícilmente se animaría.

Los guiones suelen ser objetos falibles. Cuando uno tiene tiempo para pensar (como al principio de la película), sí, saltan cosas, como cuando uno de los protagonistas, el de moral más fuerte, cambia de parecer demasiado rápido, demasiado fácil, con una estúpida búsqueda de Google. Sí. Hay que hacer concesiones. El tema es que esas concesiones no sean al pedo y valgan de algún modo la pena. En este caso lo valen. Porque no se demora en entrar en una tierra de nadie, donde las leyes ciudadanas no amparan a ningún personaje y donde se entabla un duelo cuyas reglas se construyen minuto a minuto. Un despliegue moralmente ambiguo, que aprovecha hechos y miedos actuales (la guerra en Irak, la crisis inmobiliaria, la legislación norteamericana sobre armas y propiedad privada, el clientelismo a los ricos y poderosos, la situación precaria de los white trash), para armar un artefacto de género terrible, con una fotografía perfecta y un diseño sonoro preciso y funcional. Un artefacto donde es difícil identificarse con un sólo personaje, justificar del todo su causa y adivinar quién saldrá vivo de ahí.

Lo que no debe ser falible, no lo es: la disposición de los elementos estilísticos de modo tal que uno no tenga tiempo de detenerse y preguntarse por esos posibles baches del guión, tan solo porque uno está demasiado preocupado agitando su butaca deseando que la protagonista encuentre la llave correcta antes de que su antagonista la alcance, o preguntándose por qué la cámara se detuvo en ese objeto en aquel momento, o cuánto tiempo más resistirá ese vidrio antes de partirse. Cosas que cobran materialidad gracias a la puesta en escena. Sí, algo a lo que Hollywood no nos tiene acostumbrados.

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