Un Monstruo de Mil Cabezas (2015)

La Película de la Semana

fotograma de Un monstruo de mil cabezas

Cada vez son menos las oportunidades de ver en una pantalla grande algo que de verdad utilice esa pantalla en toda su dimensión. Tomemos, por ejemplo, el primer plano de esta película, perfecto tanto en su idea como en su ejecución. Sin que sea posible siquiera reconocer el espacio, en penumbras, escuchamos una toz, alguien se mueve y cae. Una primera luz se enciende, definiendo un espacio y poniendo a los personajes en movimiento. Ella grita, llamando a alguien. Otra luz se enciende en el lado opuesto del plano, revelando una escalera y dos personajes que bajan. Ella, la protagonista, camina hasta un teléfono y llama a los médicos, recortada dentro del plano, siempre estático, por el marco de una ventana y resaltada por una tercera fuente de luz. La audacia cinematográfica de ese comienzo, que administra con consciencia los recursos que utiliza, otorgando valor narrativo y expresivo a una luz o al marco de una ventana y estableciendo los principios estéticos que se mantendrán durante todo el metraje, es inaudita en nuestra cartelera comercial.

Más insólito es que ese depurado y sobrio sistema formal se mantenga a medida que avanza la película. Digámoslo bien claro: es impresionante el talento con el que Plá utiliza toda la extensión y profundidad de la pantalla, sea para esbozar una idea (como en la reducida profundidad de campo -que refuerza la poca visión o la visión «nublada» de los unos sobre la realidad de los otros), o para reactivar la intensidad de la trama (como con el primer disparo que impacta en alguien), o para reforzar la emoción de un momento (como en ese policía en el borde del plano que mira a un costado cuando madre e hijo se acercan en una caricia, ya en el desenlace). Toda la película está llena de manejos magistrales, verdaderas master classes, en cuanto al uso estilístico y narrativo de la luz (la salida del estacionamiento, por dios), del movimiento de los personajes dentro del plano y de la plástica de un buen encuadre, sea en sus capas (como en el plano inicial), texturas (como en la frialdad de la empresa) o en su profundidad (poniendo en constante tensión lo próximo y lo lejano).

película Un Monstruo de Mil Cabezas

Y todo esto se redobla cuando uno percibe que esa perfecta orquestación, no busca llenar el ojo sino que encuentra su fundamento en un tema contundente y crucial, planteado con claridad, y que no es otro que la maquiavélica estructura de estos monstruos corporativos, impersonales, en la que cada eslabón (como todos esos testigos declarantes que la cámara interpela con planos frontales) son (somos) de algún modo cómplices; y más aún, en la injusta estructura que su indiferencia refuerza, donde algunos tienen que sacar un arma para ser escuchados y otros pueden despertar a quien quieren a las 2.30 de la mañana para hacer desaparecer una carpeta (o ante quienes todos deben ponerse de pié, dada su honorífica presencia).

Dicho esto, y aunque resulte paradójico, todas estas virtudes pueden no ser suficientes para despertar la empatía del espectador, más allá del goce, digámosle, estético. Si bien al comienzo la narración y el virtuoso manejo formal se hilvanan de un modo perfecto y el argumento se nos mete como por intra-venosa, en el momento en que estalla la tragedia (esto es, cuando ella saca el arma) algo falla: su amor o su desesperación no se plasmó antes, o su desquicio no se hace evidente ahora, que apunta al doctor con un arma mal agarrada. Ella está en negación, es cierto, como queda en claro cuando no quiere escuchar a su esposo, que se confiesa «cansado-cansado», pero entre la mujer protocolar, obstinada y paciente, y la mujer que saca un arma y lleva la situación hasta sus últimas consecuencias, hay una suerte de abismo que la película no busca unir de forma explícita, y sin ese puente algunos caemos por el precipicio que queda en el medio.

Moraleja: la forma estética y el talento para explotarla, no son suficientes para darle pulsión a un personaje o una historia. O, lo que es lo mismo, los géneros cinematográficos y sus códigos no son quizá aplicables a todas las historias, porque algunas tragedias son demasiado terribles (o reales) como para retratarlas siguiendo las convenciones de un arte, por más depurado que este sea.

Un Monstruo de Mil Cabezas (México, 2015), de Rodrigo Plá, con guión de Laura Santullo y protagonizada por Jana Raluy, Sebastián Aguirre, Daniel Giménez Cacho. 75′

Se exhibe en Life Cinemas 21

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