Los Exiliados Románticos (2015)

La Película del Festival #4

El romanticismo parece ser una cosa vieja, olvidada y aburrida para gente de una generación como la nuestra que se acostumbró a pasarse la vida de amigo con el amor de su vida. Los Exiliados Románticos viene a contar la historia de tres amigos que siendo víctimas indefectibles de esta generación y que contra esa costumbre deciden, sin saber muy bien cómo, hacerle culto al “amor de las cartitas” yéndose a Francia a buscar a tres mujeres que vienen a ser actuales/ex/casi-desconocidas amigas/parejas, para conquistarlas o simplemente para encontrarlas por segunda o última vez. Ese traslado hacia lo inconseguible estaba también en la anterior película de Jonás Trueba Los Ilusos (2013). Aquel viaje simbólico implicaba el encuentro con una supuesta película más imposible que posible, y un encuentro con el CINE (así con mayúsculas) como ese entrañable refugio -añorado y privilegiado- donde se resguardan ciertas almas confundidas en medio del amor efímero. En Los Exiliados Románticos el traslado hacia lo imposible se repite e incluso es más evidente. Pero ahora lo añorado son tres chicas muy bonitas, y el resultado una película más bien fallida.

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El film se divide en tres “actos” protagonizados por cada uno de los tres personajes masculinos. En el primer “acto” uno de los muchachos se encuentra con su chica, mantienen una charla larga, luego algo sucede que concluye más o menos esa primera charla, y termina el “acto” con los tres amigos (más la nueva chica) escuchando una canción de una muchacha que canta con su guitarra en un boliche (Tulsa). Así casi tal cual suceden el segundo y tercer acto que son las historias del segundo y del tercer personaje masculino: encuentro con la chica, charla, conclusión, momento en el boliche donde la muchacha canta con su guitarra, fin.

No hay nada de malo en las estructuras reiterativas, y de hecho resulta un esquema eficaz, dado que la expectativa ante cada encuentro crece. De hecho, la cautela con la que los hombres se acercan a las mujeres, cada uno más temeroso y más torpe (enamoradizo, dirán algunos) es compartida con la cautela que la propia película tiene a la hora de hacer efectivo cada encuentro. Chico y chica empiezan a hablar y parece que no hablan de nada, pero de a poco descubrimos cómo se van desarrollando las ideas sobre ese “hablar de nada”, como se cuentan las relaciones de cada uno y lo que piensan. Para eso Jonás Trueba hace necesarios esos eternos planos fijos. Hay toda una expectativa ante cada encuentro, ante cada palabra. Pero todo empieza a salir mal cuando la película hace lo contrario, y en lugar de poner el pie en el freno aprieta el acelerador con desmedida confianza.

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Los momentos musicales y finales de cada acto son esos momentos acelerados, donde hay poco que ancle a los personajes con el tono y con las intenciones melancólicas y depresivas de las canciones. Es como si se quisiera cerrar y “emocionalizar” un poco a la fuerza lo que apenas empezó, lo que apenas tuvo un arranque. Esas escenas además tienen una estética que difiere notoriamente del resto de la película y traen ciertas intenciones místicas (esa cantante que los persigue de ciudad en ciudad) que las hacen parecer al final escenas de otra historia.

En Los Exiliados Románticos terminan por resultar necesarias las decisiones. Esas mismas decisiones que hacían de Los Ilusos una película tan entrañable y valiosa. Pero como esto no termina por suceder, solo quedan a la deriva los conceptos interesantes, las escenas muy graciosas y toda posibilidad de intención cinéfila.


Los Exiliados Románticosse exhibió el 22/3 en  la función de apertura del Festival.


 

 

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