La Bruja del Amor (2015)

La Película del Festival #8

El valor de la ironía es intrínsecamente elitista. Uno disfruta de ciertas cosas irónicamente porque tiene la educación necesaria para hacerlo, porque tiene el conocimiento que le permite entrar en la referencia. La ironía no es de aquellos que tienen hambre, o que no son, en cierto punto, privilegiados.

La operación intelectual de La Bruja del Amor (2015) no es precisamente sofisticada, o a priori no debería de ser obtusa, o inentendible, pero es una que peca de cierto elitismo cultural y puede dejar a muchos afuera. Eso pasó en la función que yo viví, donde tanto jóvenes con entradas gratuitas dadas por el MIDES, como señores cinematecosos, la recibieron con un desconcierto que terminó volviéndose rápidamente un desprecio un tanto inmerecido. Es decir, una película que repele tanto al fan de Rápidos y Furiosos (2001) como al de Bergman y Woody Allen. Una suerte desafortunada para una película que no por genial (no lo es) deja de ser interesante o meritoria de una discusión.

Lo que hace La Bruja del Amor es básicamente una reapropiación del cine clase B de los 60s. O directamente del cine producido en esa época que en última instancia se terminó por etiquetar como camp con el paso de los años y con la visión entrelineada ya establecida. Pero más que forzar la distancia a través del humor o de la autoconsciencia, lo que  Anna Biller, su directora, construye,  es más bien una pieza de orfebrería. La reconstrucción de los clichés fotográficos, de las escenografías, de la utilización de la música (muchas veces bandas sonoras robadas de películas italianas de ese período) es, más allá del presupuesto minúsculo que se averigua, es milimétrica. Incluso en la elección de actores con pasado en el cine sotftcore. No apunta específicamente a ninguna película en particular, pero si a cierto estilo de cine. No es una película desprolija. Más bien todo lo contrario. Es como una especie de pastel rosado decorado de forma rococó con lo que en algún momento se consideró “mal gustó”. Y tetas. Muchas tetas.

Ese estilo, generalmente diseñado para un consumo barato, una especie de festival para valijeros, es erguido a través de un discurso feminista tercera generación. La que expone el derecho a empoderarse a través de su propia sexualidad, de usar el sexo como una arma. Y también la que más se ha enfocado en la discusión de objetos pop que escapan del academicismo. Estos discursos feministas son expuestos de forma casi infantil, didáctica, con los personajes hablando a cámara sobre el poder de la danza femenina, por ejemplo. El problema de La bruja del amor es que en última instancia, por más que su trama sea consecuente que sea sus ideas, que las intente llevar a sus últimas consecuencias, termina por no ofrecer más que cierto gesto vacío.

No es que el film sea malo. Es fallido porque no pasa más que de un chiste que necesita explicación. Pero que de alguna forma marca el grado de cierto empobrecimiento cultural. Hay un punto en la ironía de la película, en la forma que utiliza la sobreactuación de sus intérpretes, en sus recursos cinematográficos, que parece no pasar la prueba para grupos externos. Es como si para defenderla fuera necesario utilizar la defensa: “Quiso hacer eso”. Por supuesto que La Bruja del Amor es deliberada. En ningún momento parece inofensiva, o inocente. Que se la asuma como tal, y que eso sea la razón para ningunearla solo puede ser producto de cierta miopía cinematográfica.

Pero falla porque el cine al cual remite que de hecho si era, mayormente, inocente. El disfrute que se pueda extraer de esos subproductos sale justamente en base a que nadie, ninguno de sus partícipes, era consciente del chiste. La Bruja del amor quiere retrotraerse a través de la imitación de sus rasgos estilísticos a creer que eso en sí ya es gracioso. O interesante. Por otra parte, ese guiño constante solo a una parte de su audiencia, la entendida, la que conoce películas como The Acid Eaters (1968), termina por desmerecer un discurso que de hecho si es válido. La idea que está detrás de La Bruja del Amor es la misma que está detrás de otras películas mejores, que van desde la obra de John Waters a la de los hermanos Kuchar.  La utilización de un formato empobrecido para expresar ideas poderosas. Pero esos directores de alguna forma saben que la ironía por sí sola no termina de construirse en un todo si no hay algo más que la sostenga.

En La Bruja del Amor solo existe la complicidad con una parte de su audiencia que puede entrar en sus códigos y en su cinefilia. No hay en sí nada malo con eso. No es despreciable una película porque asuma que su consumo es minoritario. El problema es que asuma que solo por hacer un guiño ya estamos todos a bordo.

La Bruja del Amor (The Love Witch). USA 2016. Dirección: Anna Biller. Guión: Anna Biller. Fotografía: M.David Mullen. Con: Samantha Robinson, Gian Keys, Laura Wadell, Elle Evans, Jeffrey Vincent Prarise. 120 minutos.

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