LA MUJER DEL PADRE (2017)

Co-producción uruguaya en cartel

Siempre resulta interesante, en una película de ficción, mirar el diálogo que surge entre la forma de la película y la situación que viven los personajes. Ver cómo la puesta en escena construye el aspecto de sus protagonistas. ¿Qué dice el punto de vista acerca de los personajes de La mujer del padre? ¿Qué pasa con los lugares que vemos? Y sobre todo, ¿qué pasa con lo que no vemos?

La opera prima de la directora brasilera Cristiane Oliveira habla de Nalú y su padre, Ruben. Ella tiene 16 y está en pleno descubrimiento personal, tanto físico como mental. Él es ciego desde que tiene 21 años; desinteresado por la vida, se ha recluido en su casa sin mantener ningún contacto real, ni siquiera con su propia hija. Estos dos personajes encuentran un momento de quiebre en sus vidas, en el cual deben plantearse la siguiente disyuntiva: cambiar y conseguir lo que quieren, enfrentando los obstáculos; o resignarse y seguir en el mismo lugar en el que empezaron. Tal vez, en un punto medio entre esas dos posibilidades, ambos deben valerse por sí mismos, aprender a aceptarse y entenderse entre sí, para poder ser medianamente felices, que al fin y al cabo siempre es el objetivo.

Lo interesante está que en ese camino, nada grandilocuente y bastante fiel a la vida misma (sin grandes inicios ni finales), la película va definiendo las características de los personajes y el punto de vista desde donde lo vemos todo. Siendo la relación de un ciego y su hija adolescente, que siempre vivieron en un pueblo de la frontera Brasil-Uruguay, la película juega con el anclaje espacial y con lo que no está allí o no vemos. Siempre nos movemos en los mismos espacios, con Nalú. Por eso Montevideo, Porto Alegre o el Chuy, nunca aparecen en pantalla: los imaginamos a través del relato de las personas cercanas ella. Son un gran fuera de campo: algo a lo que, como Nalú, no podemos acceder. Lo que sí vemos, constantemente, es lo rural y el pueblo. La fotografía, realizada por Heloísa Passos, genera un clima denso, a veces frío, muy bien transmitido a través de la paleta cromática llena de colores ocres.

Del mismo modo, algunos personajes se construyen en ausencia. A la madre de Nalú, nunca le vemos el rostro (ni siquiera en una fotografía). Lo mismo sucede con la ida sin aviso de Juan, un conocido de Nalú. Lo que los personajes no ven, tampoco lo vemos nosotros: estamos anclados a ellos.

En relación a la ceguera de Ruben, hay momentos que se nos presentan cercanos a la forma en la que lo vive el protagonista. Cuando escucha a su hija hablar por teléfono con su amiga Elisa, a quien le cuenta sobre sus experiencias sexuales, nosotros conocemos el relato como él: a través de la palabra. El sonido parece reducirse sólo a las palabras de la hija, generando un foco sonoro particular. Y así, nos enteramos de lo que pasó escuchando, no viendo.

La película habla de la sexualidad adolescente sin tapujos, pero sin sexualizar. Reflexiona acerca del lugar que ocupa la mujer en la cultura rural y qué posibilidades tiene una adolescente y un ciego en ese mundo, enfocada en sus dos personajes, que se encuentran limitados y desean superarse, aunque no estén muy seguros de lo que eso significa. Nos trasladamos allí, y eso nos hace muy próximos a lo que sienten en cada momento, a su experiencia, abriendo la puerta a una relación ambigua entre un padre y una hija.


Se estrenó en la Sala B del SODRE, Life 21 y Torre de los Profesionales.


País: Brasil, Uruguay / Título: La mujer del padre (Mulher do pai) / Año: 2017 / Duración: 1h 34min / Directora: Cristiane Oliveira / Guión: Cristiane Oliveira, Michele Frantz / Producción: Diego Fernández, Graziella Ferst, Gustavo Galvao, Gina O’Donnel, Cristiane Oliveira, Gabriel Richeri, Aletéia Selonk / Fotografía: Heloíssa Passos /Música: Arthur de Faria / Elenco principal: Maria Galant, Marat Descartes, Verónica Perrota, Jorge Esmoris, Fabiana Amorim, Diego Trinidad.

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