La Madu­rez del Cine Amateur

Sobre Un Vintén pa'l Judas (La Mañana, 24 de Diciembre, 1959)

Rafael Salzano, protagonista de Un Vintén Pa'l Judas (1959), de Ugo Ulive
Rafael Salzano, protagonista de Un Vintén Pa'l Judas (1959), de Ugo Ulive.

Hasta ahora, el cine pretendidamente nacional, en 35mm., ha intentado seguir por dos caminos. Uno, el de buscar el éxito popular, con cantores y cómicos cotizados. Dos, el de hacer una superproducción que sea capaz de competir con films extranjeros. El fracaso ha sido la consecuencia de tales intentonas, generalmente antes de ser terminadas las películas pertinentes.

Las excepciones a la regla son tres, y precisamente se tra­ta de los films que más importan en nuestra muy breve historia cinematográfica: Pupila al Viento (1949) y José Artigas, Protector de los Pueblo Libres (1950), de Enrico Gras; El Pequeño Héroe del Arroyo de Oro (1929). En el caso de Gras, con las que, indiscutiblemente, son las mejores producciones nacionales en 35 mm., se da la circunstancia de que se trata de obras de un cineasta extran­jero, bien hechas pero de escasa repercusión nacional. En el caso de El Pequeño Héroe del Arroyo de Oro, ocurre que la obra es desmañada y primitiva, sin intención creadora; aunque con una repercusión popular que no ha tenido, hasta el momento, otro film de los realizados en nuestro país.

fotograma de la película uruguaya El Pequeño Héroe del Arroyo del Oro

El Pequeño Héroe del Arroyo del Oro (1929)

Ugo Ulive, hombre de nuestro teatro vocacional, con una trayectoria que le prestigia en el cine de 16 mm., pasa con Un Vintén pa’l Judas (1959) al 35mm. Esta obra es un signo de la madu­rez del cine amateur, que con ella aspira a difundirse por más amplios horizontes.

Porque ya, para algunos realizadores, los 16 mm. son cosa del pasado (Ulive, Hintz, Mantaras), y para ellos el cine uruguayo tiene que ser creado en el pase mayor. Ulive, por otra parte, toma por un camino que no es ninguno de los que se han seguido hasta ahora. Su ambición es noble, y en más de un sentido, grande.

Se trata de hacer cine con tema y personajes inmediatos; es decir, nuestros: uruguayos, montevideanos. Se trata de hacer una película con asunto y personajes más limpiamente posible. Y dentro de tales propósitos, Ulive aporta una modestia que rehúye lo altisonante, y se atiene a los medios de que se dispone, de una manera tan sincera como entrañable.

Fotograma de la película uruguaya Un Vintén Pal Judas

El muñeco de Judas y el niño que pide el vintén del título.

Hay defectos en Un Vintén pa’l Judas; de eso no cabe duda. La mayor parte de ellos son resultantes de la precariedad de medios económicos, que impidió una mayor cantidad de «tomas» y una grabación sonora más prolija. (El sonido es lo peor de la película).

Pero no es cuestión de encarnizarse con las fallas y juzgar Un Vintén pa’l Judas con los cánones empleados con la produc­ción de cinematografías más maduras industrialmente. Lo que importa es la concepción de la película, y, sobre todo, lo que Ulive logra con los elementos limitados que ha tenido a su alcance.

Nos hallamos ante un medio metraje (45 minutos de duración), elaborado a la manera de un cuento, donde al lado de una his­toria directa, extraída de la realidad montevideana de todos los días, fluye una alegoría navideña.

Estamos en vísperas de Navidad. Los niños piden «un vintén p’al Judas», y el protagonista, un cantor de tangos fracasado (Rafael Salzano), sin medios ni voluntad de vivir, se encuen­tra con un amigo, empleado público (Juan Manuel Tenuta), en procura de algún rebusque. Este le encarga hacer una jugada a la quiniela. Sale premiada, y el cantor de tangos (amigo falluto = Judas montevideano), necesitado de dinero para comprar una guitarra, a usar en un concurso de cantores que le ilusiona, cobra para sí la ganancia, traicionando la confianza del otro. Los niños, por la noche, queman el Judas.

La película ha sido rodada, a la manera neorrealista, en lugares y calles verdaderas, que por otra parte son muy nuestros, sin uso de estudios ni escenografías. Pero esto no implica una insistencia en el marco, en desmedro de la acción dramática. La historia que se cuenta es lo que importa, y semejante tras fondo es captado fugazmente.

Un vintén pa'l judas

Ulive (der) y Salzano (izq) en el rodaje Un Vintén pal Judas (Foto de Mario Handler)

Algunas escenas en la calle, alguna remota barriada montevideana: Caja de Jubilaciones, bar enfrente a ésta, Chimborazo hacia el Cementerio del Norte, Ciudadela frente al Mercado Central, donde se hallan muchas casas de préstamos, etc. Y sabrosos ambientes de gente pobre montevideana: casa del protago­nista, con el sórdido altillo en que vive; cafés; casa del quinielero, con su jardincito; casa de un amigo, con parra y al­jibe; ronda de niños en la calle.

En todo esto se asoma siempre algo muy nuestro, cuidadosa­mente observado, sinceramente expresado y melancólicamente visto. Ulive tiene un tono y una voz propios. Y usa una absoluta funcionalidad en el relato, donde todo, como en los buenos cuentos literarios, tiende hacia un broche final: la hermosa imagen de los niños en torno de la fogata donde arde el Judas, con la cual se cierra la alegoría.

En su modestia, Un Vintén pa’l Judas no da muchas posibili­dades para el lucimiento de sus intérpretes. Casi toda la ac­tuación en la obra está hecha sobre la base de expresiones faciales, a la manera del cine mudo; pero de todas maneras, los actores componen apropiadamente a los personajes; y concreta­mente, Salzano y Tenuta aportan las máscaras que dos de estos personajes necesitan.

Hecha con la presencia dominante de Salzano, Un Vintén pa’l Judas encuentra en éste a un actor que es capaz de trasmitir la inutilidad, la falta de vitalidad, el desvalimiento y la mediocridad de un personaje característicamente nacional.

Hay aciertos parciales en la fotografía; relativos en la música, y mucho de discutible en la canción, casi no oída por la deficiente sonorización de ese trozo de la película. Indu­dablemente, lo que más importa de Un Vintén pa’l Judas, obra que inicia un nuevo periodo del cine nacional, es el aporte creador de Andrés de Armas. Lo evidente es que Ulive sabe có­mo contar una historia, cómo crear personajes, cómo crear una atmósfera en torno de éstos, y cómo mantener un ritmo, sobre la base de prestar el tiempo justo a cada una de las escenas de su film. Y como si esto fuera poco, Ulive es capaz de con­mover al espectador por la emoción contenida y púdica con que narra su historia.

(José Carlos Alvarez, en La Mañana, Montevideo, 24 de diciembre de 1959)

Fotos: Gentileza del Centro de Documentación de Cinemateca, Eduardo Correa y la web de Cinemateca.

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